miércoles, 20 de marzo de 2013

LA ENTRÁTICA, UN RITO PERDIDO

LA PURIFICACIÓN DE LAS MADRES

Hace unos días comentaba con mis compañeros de trabajo, acerca de los numerosos ritos que hasta hace relativamente pocos años se celebraban y que ya han desaparecido. Eran ritos milenarios que en cuestión de pocos años han sido borrados incluso de la memoria popular debido a los grandes cambios que cada vez a mayor velocidad van transformando a nuestra sociedad, incluso a la religiosa.
Uno de esos ritos era la "Entrática", algo desconocido por la mayoría de personas menores de cincuenta años ya que, según creo recordar, desapareció con los cambios litúrgicos del Concilio Vaticano II, clausurado en 1965.

La "Entrática", conocida en euskara como "Eliz-Sartzea", era un ritual de purificación que recogió el cristianismo de la religión judía. Según la ley de Moisés, tras el parto del primogénito, las mujeres debían someterse a un rito similar a éste para purificar su cuerpo. Desde el día que el justo Moisés bajó del monte Sinaí y comenzó a organizar el cotarro judaico, hasta la desaparición del rito en los años sesenta del pasado siglo, pasó mucho tiempo, por no hablar del número de mujeres purificadas.

Todavía hoy, el dos de febrero, la iglesia católica celebra la Purificación de la Virgen recordando el día que, cumpliendo con la ley judía, la Virgen acudió al templo de Jerusalén para purificarse y presentar a su hijo Jesús. Cuenta la historia Sagrada que, como era preceptivo, debía ofrecerse un sacrificio y que al ser muy pobres, la Virgen ofreció un par de tórtolas. 


Continuando pués con esa antiquísima tradición, la Iglesia Católica hizo también que tras el parto de sus hijos e hijas, la mujer permaneciese obligatoriamente sin salir de casa durante un tiempo hasta someterse al rito purificatorio. Este encierro era respetado escrupulosamente hasta el punto de que la madre no asistia al bautizo de su criatura (generalmente celebrado a los pocos días del nacimiento) por no poder quebrantar la vieja costumbre.

En Euskal Herria, donde la teja ha sido secularmente símbolo de propiedad, pero también de protección a cubierto, ésta era utilizada por las mujeres de una forma muy peculiar. Cuando por algún motivo realmente importante y vital la mujer se veía en la necesidad de salir a la calle, ésta cubría su cabeza con una teja; de esa forma se quería transmitir que permanecía a cubierto a pesar de haberse ausentado del hogar.



Hace ya años, hablando sobre este asunto con un amigo bermeano, éste se refería al periodo comprendido entre el parto y la entrática como la "cuarentena" de la mujer; así era popularmente conocida al parecer en algunos lugares.

Yo, que durante años fui monaguillo, tengo el privilegio de tener grabado en el disco duro de mi cerebro, la imagen de numerosas entráticas, bautizos, viáticos, extremaunciones, funerales y entierros. Además, como hijo mayor, el primero de siete hijos paridos por la señora Irene Aranzeta Lekuona, recuerdo haber visto a mi madre, no una, sino varias veces, ser protagonista del milenario ritual de la entrática.
Para quienes desconozcan este rito, narraré cómo se celebraba en Deba, mi pueblo.
Imagino que en el resto de pueblos de Euskal Herria sería muy parecido, posiblemente con alguna mínima variante.
Recuerdo que se celebraban hacia media mañana (los judios también lo hacían siempre por la mañana). Más o menos a esa hora, la serora se dirigía a casa de la madre para recoger a ésta y a su criatura.


Recuerdo que durante muchos años en Deba hubo dos seroras, las hermanas María y Rosa Lizarzaburu, ambas de edad muy avanzada. Las funciones puramente litúrgicas corrían a cargo de María, mientras que las de limpieza, planchado y orden general de todos los elementos religiosos corrían a cargo de Rosa. Queda claro pues, que era María la encargada de "concelebrar" el ritual.

Tras recoger en su domicilio a la madre y al neófito o neófita , María se dirigía con ellos al pórtico de la iglesia donde se celebraría la primera parte - la esencial- de la entrática. Allí, les esperaba el sacerdote. La madre se arrodillaba en una silla-reclinatorio con la criatura en brazos a la vez que sujetaba un cirio encendido en una de sus manos (el fuego es la luz que alumbra el camino y purifica el alma).
El sacerdote realizaba las oraciones de purificación de la madre y la bendecía. Esta parte del ritual era breve y sencilla, y generalmente no acudía gente al acto pues era algo muy personal. A partir de ese momento la mujer ya podía ingresar en el templo pues había quedado limpia de impureza.

Vista del interior de la iglesia de Santa María. La foto corresponde
a la primera mitad del siglo XX. A mano izquierda, en la parte inferior,
puede observarse el altar de San José que aunque ya desaparecido,
aún conserva el pequeño retablo anexo a una de las columnas.
Sobre este altar se colocaba a las criaturas para ser ofrecidas a San José
 y pedir su  protección. 


En la segunda parte del ritual no intervenía el sacerdote, sino que era la serora quien llevaba la voz cantante. Ella junto a la madre y la criatura entraban en la iglesia y se dirigían al pequeño altar de San José. Este altar (hoy solo queda el pequeño retablo), se encontraba adosado a una de las columnas de la iglesia.
Allí, la serora colocaba sobre el altar a la criatura como símbolo de ofrecimiento de la criatura al justo José.
Arrodilladas madre y serora en un reclinatorio, esta parte del ritual continuaba con oraciones, letanías y berridos de la criatura, a menudo poco dispuesta a colaborar.
La salida del templo era discreta, sin gente ni testigos del rito realizado. La madre se dirigía de nuevo a casa llevando en brazos a su criatura.  



  

    

miércoles, 13 de marzo de 2013

ANTXOA FRESKUE

¡ CÓMO HAN CAMBIADO LOS TIEMPOS !

Hace unos días, mientras esperaba el turno en la pescadería, observé con discreción las obligadas etiquetas que clavadas en el  hielo, informaban sobre la procedencia de los pescados expuestos al público:
anchoa del Mediterraneo, verdel  y merluza de anzuelo del Cantábrico, merluza del Atlántico Sur, bacalao del Atlántico Norte..., y así, un sinfín de especies y  procedencias.
¡ Cómo han cambiado los tiempos !  pensé.

Todavía recuerdo, cuando siendo niño, oía desde casa el reclamo publicitario de aquellas pescateras de Mutriku que, tras su arribada a Deba a bordo de un autobús de la legendaria compañía "La Esperanza", recorrían las calles con su fresca mercancia al grito de "antxoa freskueeeee", un "freskue" con muchas "es" y con un tono ascendente hasta lo que diesen de sí la garganta y los pulmones.
Las recuerdo con las cajas de anchoa o lo que se terciase, sobre sus cabezas, y con una voz que para sí la quisiera más de una soprano.

En Deba teníamos pescaderías, claro está, pero las que recorrían las calles, al menos en aquella época, eran mutrikuarras. Creo recordar que una de ellas era conocida como María "Beltza".

La ilustración de J.Ignacio Treku, recrea el puerto de Deba a mediados del siglo XIX. 




Hace casi un siglo que en Deba no hay embarcaciónes ni gentes dedicadas profesionalmente a la pesca - la última fue el vaporcito pesquero de Pío Esnaola - y en Mutriku, a pesar de su indudable sabor marinero, quedan muy pocas.
¡Dónde han quedado aquellas seculares peleas a muerte y aquellos efímeros acuerdos entre los dos municipios gipuzkoanos, sobre los derechos de venta del pescado de unos y otros!

La foto de Ricardo Martín corresponde al año 1917.  En la imagen, los arrantzales del vapor lekeitiarra "Clotilde" en el
puerto de Donostia. El vapor de los hermanos Esnaola al que se hace referencia en el artículo debió ser muy parecido a éste. Todavía hoy se conserva en el primer machón del puente de Deba, la escalera de madera por la que accedian a la embarcación sus tripulantes. Foto: Guregipuzkoa. Kutxa-Fototeka. Fondo FOTO CAR. Autor Ricardo Martín .


Hace unos años, en mi época de marino mercante, navegué con un lekeitiarra a punto de la jubilación: Manu Goitia. El gran Manu, hace años fallecido, me contaba una anécdota referente al cambio de gustos y preferencias en cuanto al consumo de pescado. Manu sabía mucho de esto pues había sido arrantzale prácticamente durante toda su vida.
La anécdota se la había contado su madre siendo un niño, y a mí, como debarra, me gustó mucho pues hacía referencia a mi pueblo.

Según la madre de Manu, esposa, madre, hermana, hija, nieta y descendiente de mil y una generaciones de arrantzales, la primera población donde se pescó, vendió y consumió el sapo (rape), fue en Deba. Según el testimonio de la lekeitiarra, por aquellos tiempos todos los arrantzales de los puertos vascos se mofaban de los arrantzales debarras pues además de pescar el hoy tan apreciado y codiciado bicho marino, este llegaba a las casas de los pobres gracias a la venta pedestre y ambulante de una señora de Deba. Del precio mejor no hablar: casi de regalo.
¡Qué deshonra para un marinero vasco pescar aquel horrible e infernal animal!

¡Qué pescados tan frescos aquellos! y además en tiempos en los que solo se veían los frigoríficos - entonces los llamábamos neveras - en las películas americanas o en los anuncios de la revista Selecciones de Reader´s Digest.

Y hablando de pescados frescos, contaré algo que me sucedió hace unos años.
Había invitado a cenar en mi casa a dos amigos de Bilbao, veraneantes en Deba durante toda la vida. Hacía poco que a tres pasos de mi portal se había abierto una tienda de congelados.
Pensando en la cena y en los comensales, compré unos buenos lomos de merluza congelada que llegada la hora los preparé en salsa verde. Eran tiempos en los que la merluza fresca tenía un precio prohibitivo.

Mientras los dos bilbaínos invitados y mi esposa daban cuenta de los entrantes, yo me afanaba en la preparación de una hermosa cazuela de merluza.
Llegado el momento serví a los invitados, que con una voracidad fuera de lo normal comenzaron a engullir lo que hacía unas horas, había sido un bloque de hielo elaborado a bordo de un buque factoría en aguas del Atlántico Sur.

No hay nada más agradecido para un cocinero, que los comensales dejen bien limpio el plato y pregunten si se puede repetir.
Y eso me sucedió a mí. Solo que uno de ellos interrumpió por unos segundos la ingesta de la argentina merluza, para con un tono serio y con cara de experto gourmet decirme:
"La verdad, Alex... ¡cómo se nota que es merluza de anzuelo!, ¡Vaya diferencia! ".
Y se quedó tan tranquilo y tan a gusto, pensando que se estaba comiendo una merluza pescada en Mutriku.



                                                                              Dedicatoria:
Con todo el cariño, a mi gran amigo, experto gourmet y pelotari de pro, Joserra Castillo Arrese; el único que fue capaz de cerrar el Fontón Madrid y el bilbaíno con más "txispa" y gracia de todo el Señorío.