jueves, 18 de septiembre de 2014

JOSÉ JOAQUÍN AZTIRIA



                                  José Joaquín Aztiria                            

UN ALCALDE OLVIDADO
Desde la última guerra civil y hasta hace pocas décadas, la calle Ifarkale, en Deba, tuvo el nombre de “José Joaquín Aztiria”. Quienes hacia 1960 éramos niños o jóvenes desconocíamos los porqués de aquella denominación. Solo con el paso del tiempo comprendimos su significado. Hoy ya casi nadie recuerda aquel nombre.
José Joaquín Aztiria fue alcalde de Deba desde el 23 de marzo de 1924 hasta el 26 de febrero de 1930. Había nacido en Urrestilla, barrio de Azpeitia, el 6 de junio de 1876 y estaba casado con la debarra María Luisa Muguerza Arostegui. De profesión abogado e ideología profundamente carlista, había sido durante varios años diputado provincial, y anteriormente, alcalde de Azpeitia entre los años 1912-1914.

Fue precisamente su ideología, tan sólo eso, el motivo que le llevó a ser arrestado e internado en una de las improvisadas cárceles bilbaínas: la de los Ángeles Custodios, donde moría el cinco de noviembre de 1936. Tenía sesenta años.
Paradójicamente, a pesar de su desgraciada muerte en prisión, el ex-alcalde debarra no imaginó en vida la suerte que tuvo al morir en aquella fecha. Poco después de su muerte la improvisada cárcel bilbaína fue asaltada por los milicianos quienes, tras colocar en fila india a los presos, los fueron fusilando uno a uno, a la vista de sus compañeros que esperaban el turno. Salvajadas parecidas tendrían lugar tras la caída de Bilbao pero esta vez con cambio de papeles: los republicanos serían las víctimas.

                                       
Los Ángeles Custodios de Bilbao, edificio habilitado como prisión
durante la última guerra civil y donde murió José Joaquín Aztiria.

No había transcurrido todavía un año, cuando el 15 de octubre de 1937 era fusilado en la prisión del Dueso otro alcalde debarra, pero de diferente ideología: el político nacionalista Florencio Marquiegui.
Hace unos días, mientras paseaba, me junté con Juanito Fernández, persona que a pesar de sus ochenta y seis años tiene una memoria prodigiosa y una lucidez poco común en personas de su edad. Tras charlar durante un rato me pidió que nos acercásemos al cementerio, situado junto a la alameda de Deba.

- Te voy a enseñar algo curioso, me dijo.

Directamente me llevó hasta el panteón de Florencio Marquiegui . Señalando  la lápida del panteón con el nombre del antiguo alcalde tallado en ella me dijo:

- De este, todo el mundo se acuerda.

Y mirando a nuestra derecha señaló otro panteón situado aproximadamente a unos cuatro o cinco metros, a la vez que decía:

- De aquel nadie se acuerda; nunca tiene flores.

Se trataba del panteón donde estaba enterrado José Joaquín Aztiria. Nos acercamos y situados junto al enterramiento, señalando la lápida me dijo:

- Fíjate, parece que han borrado la inscripción a propósito.

Efectivamente, no se apreciaban casi los nombres, pues a pesar de estar grabados en el mármol, daba la sensación de haber perdido la pintura que originalmente rellenaba el huecorelieve. 
     
- Estos son los horrores de la guerra  que deben enseñarnos a valorar el don de la vida de todos los seres y a no caer en los mismos errores me dijo
 
Todavía, algunos debarras  recordarán que la casa donde residió la viuda de Aztiria hasta sus últimos días fue donada por ésta a la parroquia, y que convertida en casa cural residió en ella don Anes Arrinda, párroco de Deba durante varias décadas.
    



EL GENERAL FRANCISCO LERSUNDI Y EL BARDO JOSÉ MARÍA IPARRAGUIRRE


 HISTORIA DE UNA AMISTAD

La ilustración de José Ignacio Treku muestra a Iparraguirre en la
 calle Ifarkale, la misma donde se encontraba la residencia del que
fuera Presidente del Consejo de Ministros con Isabel II.

© Kaioa asp.
 

Creo oportuno hacer mención de la fraternal relación que sostuvieron el general Lersundi y el inmortal poeta y cantautor José María Iparraguirre, quien durante alguna época residió precisamente en Deba; según Juan San Martín, en la calle Ifarkale.
Quienes con el tiempo fueron entrañables amigos habían luchado en la primera guerra carlista, pero en bandos contrarios: el de Deba, en el ejército cristino, en el temido batallón ligero de cazadores, conocidos como “txapelgorris”, cuerpo de la Diputación de Gipuzkoa al mando del liberal Gaspar Jáuregui "Artzai". Este cuerpo era el más temido por las tropas carlistas de la zona, ya que estaba formado por guipuzcoanos, buenos conocedores del terreno que pisaban.
Por su parte, el de Urretxu lo había hecho en el ejercito carlista; al principio en el primer batallón de Gipuzkoa y posteriormente en la guardia de alabarderos de don Carlos.

Pese a ello, a ambos les unía un sentimiento común: su amor por los fueros, abolidos tras la finalización de la guerra, con el “abrazo de Bergara”. 
La amistad entre los dos guipuzcoanos se gestó en un momento de gran efervescencia cultural y política en el que la intelectualidad y el pueblo vasco en general hicieron que espontáneamente se desarrollase un gran movimiento fuerista que supuso un verdadero “renacimiento” de la cultura “bascongada”.



El debarra Francisco Lersundi Hormaechea. Fue Presidente del Consejo de Ministros con Isabel II. También fue Ministro de Marina y Capitán General de Cuba.

Al parecer, el primer contacto entre ambos personajes fue tras el exilio voluntario o periplo europeo durante doce años del poeta de Urretxu y su posterior regreso a Madrid, ciudad donde residía su madre y donde él mismo lo había hecho.
Fue allí, en la capital madrileña, concretamente en el Café de San Luis, situado en la calla de la Montera, donde en 1853 estrenó con gran éxito el Gernikako Arbola, lo que le hizo ganar mucha popularidad e incluso dinero. Tras el gran éxito en la capital del reino, Iparraguirre llegó a Bizkaia donde sus éxitos se sucedieron, enfervorizando a las masas allí donde actuase. Según el alavés Fermín Herrán, amigo suyo también, "su simpática figura, su hermosa voz, la vehemencia y el sentimiento con que se expresaba, exaltaban los ánimos, produciendo un verdadero entusiasmo en cuantos le oían"  haciendo que la gente incluso llorase de emoción.

Así recorrió todo el país hasta que el Gobierno, temiendo que la voz y la guitarra del bardo guipuzcoano pudiese hacer rebrotar la semilla de la lucha por los fueros vascos, hizo que la guardia civil lo prendiese para ser enviado a un nuevo destierro que duró dos años.
Años más tarde, en junio de 1864, Pedro Egaña, originario de Zestoa, amigo y compañero de Lersundi en el gobierno de la nación, pronunciaría en el Senado estas encendidas palabras en defensa de Iparraguirre:

" ¿ Saben los Sres. Senadores la impresión que causaron esas canciones a los dos o tres meses de haber comenzado a recorrer las provincias el autor y cantador de ellas ?
 Pues causaron tal impresión en los ánimos, que el que a la sazón era capitán general de las provincias, el que dignamente estaba al frente de ellas, que era el señor general Mazarredo, dio orden de que ese trovador saliera pronto del territorio vascongado. No había cometido ningún crimen, no había predicado el socialismo, no había dicho nada que pudiera lastimar ni poco ni mucho el principio de autoridad; pero sin embargo era tal el entusiasmo que despertaba en las masas con el canto de la vida de los fueros, que hubo de ser expulsado del país”.
A su vuelta del destierro, en 1857, Iparraguirre fue recibido con los brazos abiertos por el general Lersundi. Debió ser precisamente ese año cuando durante algunos meses residió en Deba donde, según narraba Fermín Herrán, se reunió con Lersundi  " con cuya familia y con la del vizconde de Artazcos y el señor Aróstegui, Alcalde de Deva, pasó días felices en el seno de sus amadas familias".
También por esa época debió conocer al escritor debarra Juan Venancio Araquistaín, otro de los intelectuales del movimiento fuerista y amigo de todos ellos.

Casa en Ifarkale, ya desaparecida, donde, según Juan San Martín,
vivió Iparraguirre.


En 1858 Iparraguirre partía para América; allí se casaría y residiría durante casi veinte años. A pesar del tiempo y de las distancias, el contacto entre los dos guipuzcoanos no dejó de existir.En enero de 1865, Iparraguirre escribe desde Mercedes, Uruguay, al general Lersundi, que se encuentra en Deba. La carta del bardo denota gran angustia debido a la situación de inseguridad por la que en ese momento está atravesando y la añoranza que siente por su tierra a donde no puede volver por carecer de recursos económicos.
Pese al tiempo transcurrido, al poeta aún le quedan ganas para recordar en su carta el oportuno consejo que Lersundi le dio en Aretxabaleta  para sacarse " de las astas del bicho que corrieron en la plaza ".
Con la carta, Iparraguirre le adjunta dos poesías a él dedicadas, una en euskara y otra en castellano. Tras recibir Lersundi la carta y los versos de su estimado amigo, impresionado por el infortunio de éste en tierras americanas, el mes de febrero del mismo año el general contesta al poeta:
" Si en nuestro país hubiera habido buenos hijos, no debieron consentir que usted se alejara de la tierra vascongada; debieron señalarle una pensión anual, con que viviera usted desahogadamente, en cambio de un número de composiciones que usted entregaría á la Diputación todos los años. De ese modo hubiera usted legado á las generaciones venideras un Cancionero vascongado que hubiera honrado á usted y al país ".

En 1874, cuatro años después del regreso de Iparraguirre a Euskal Herria, Lersundi moría en Baiona donde sería enterrado. Cuatro años más tarde, en 1878, su cuerpo sería exhumado para ser trasladado a Deba. Por aquellas fechas, refiriéndose a la carta que ha recibido de Iparraguirre, Ricardo Becerro de Bengoa escribía:
" Desde Lequeitio, en 9 de Octubre de 1878, me da cuenta de haber acompañado á conducir los restos de su amigo el valiente general Lersundi ... ".
Seguramente fue la última visita de Iparraguirre a Deba. Tres años después, en 1881, moría el más inmortal de los poetas vascos, el romántico que acuñó un nuevo concepto unitario del País Vasco con la introducción de un nuevo nombre: "Euskalerria".












 

 






lunes, 15 de septiembre de 2014

EL GRAN CANAL DEBA-TORTOSA


UN PROYECTO NO REALIZADO

      LA UNIÓN DEL CANTÁBRICO Y EL MEDITERRÁNEO
 
Durante el siglo XVIII, entre las aspiraciones del movimiento ilustrado vasco, encarnado en la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, se encontraban al igual que en otros lugares de la geografía ibérica, la modernización del territorio y el desarrollo industrial, agrícola, comercial y social en general. En opinión de los ilustrados, solo mediante la modernización y el desarrollo, podría alcanzarse la riqueza de las naciones y la felicidad del individuo. Un factor clave para conseguir esos objetivos era la construcción de una buena red de caminos y vías de comunicación que facilitase el transporte de mercancías.

Dentro de esas vías, a imitación de las entonces ya existentes en Francia e Inglaterra, el gobierno de Carlos  III proyectó la realización de un canal navegable que habría de unir la costa cantábrica con la mediterránea, concretamente la poblaciones de Deba y Tortosa. El proyecto contemplaba la construcción de una serie exclusas para salvar los desniveles entre las cotas costeras y las del interior.

Último tramo de la ría de Deba, cerca de la desembocadura. Estas aguas podrían haber quedado unidas a las del Mediterráneo si se hubiese concluido el gran proyecto del ilustrado aragonés Ramón Pignatelli.

El ilustrado Ramón Pignatelli. Tras ordenarse sacerdote,
su afán por el conocimiento le llevó a doctorarse en
Cánones, Derecho, Filosofía y Letras, Matemáticas, Física
y Ciencias Naturales.

Las diputaciones de Aragón, Navarra, La Rioja, Alava y Guipúzcoa, también veían necesaria la obra. Así las cosas, el sacerdote y científico aragonés Ramón Pignatelli, miembro de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País “recorrió observando todos los rios y puertos del Océano cantábrico para trazar el grandioso plan de la union de los dos mares, por medio del canal del Ebro, y no halló ni rio ni puerto tan ventajosamente situados como el de Deva y su puerto”.
La primera fase del gran proyecto tuvo su inicio en 1772  con la construcción del Canal Imperial de Aragón, finalizado en 1790.

En 1778 la Diputación de Navarra había realizado una petición formal para que se habilitara un puerto guipuzcoano desde el que poder canalizar el comercio de aquel territorio con América.  Diez años más tarde, el ilustrado y político navarro Santos A. Ochandategui presentaba un proyecto del canal en su trazado navarro desde El Bocal, en Tudela, hasta aguas cantábricas. Pero posteriores acontecimientos como la Guerra de Convención y la Guerra de Independencia hicieron que las obras quedasen paralizadas.
Pignatelli moriría en 1793 sin ver realizado su gran sueño: la unión de los dos mares.

Tortosa, cerca de la desembocadura del Ebro en el Mediterráneo.

      
Aún así, años más tarde, en 1826, el proyecto original de Pignatelli y de los ilustrados seguía aún vivo y con esperanzas de ser acabado, tal y como puede leerse en el Diccionario Geográfico-Estadístico, de Sebastián de Miñano editado ese año en Madrid:
“ Pero la gran ventaja de Deva sobre los demas de la costa de Cantabria, para dar una nueva planta al comercio de España con las naciones del Norte, tomando por base aquel puerto, es la tan ansiada construccion del canal ideado por el célebre Pignatelli, subiendo por las margenes del Deva hasta encontrarse con el Zadorra, y continuándolo por este mismo y el Ebro hasta el puerto de Tortosa. Este canal unirá el Océano cantábrico al Mediterraneo; ahorrará la pesada vuelta costeando la Península; hará que sean puertos de comunicación próxima los de Deva y Tortosa…”.
















miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL SEXO, LOS ARRANTZALES VASCOS Y LOS CEFALÓPODOS

Hace unos días mientras limpiaba con santa paciencia una partida de chipirones me detuve a palpar la suave textura de los codiciados cefalópodos. De inmediato el disco duro de mi  memoria escupió un viejo recuerdo que me hizo sonreír.
Sucedió hace muchos años.
Había acudido a una imprenta de Estella-Lizarra donde iban a realizar un trabajo para nuestra empresa. Quería quedarme tranquilo y preferí esperar hasta ver salir de máquina las primeras pruebas. Mientras lo hacía, observé que de una de las máquinas salían miles de pliegos a una velocidad vertiginosa; eran para otro cliente. No me atreví a tocar ninguno de ellos pero sí a ver de qué iba el tema.

Se trataba de la recordada revista “Ardi Beltza” , una publicación desgraciadamente desaparecida (injustamente clausurada por orden judicial) que estaba dirigida por el recordado Pepe Rei, un maestro del periodismo de investigación. Por fin pude conseguir leer uno de los titulares:

                                                    JOSÉ MARÍA MERINO:

 “LOS ARRANTZALES VASCOS SIEMPRE HAN UTILIZADO EL CHIPIRÓN COMO CONDÓN”.


         
El donostiarra José María Merino



El chipirón y los arrantzales:
 protagonistas de la entrevista al
doctor  Merino.




Era una entrevista realizada por Rafael Castellano a uno de los grandes prohombres de la prehistoria y de la etnografía vasca, miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País y de la Société Prehistorique Française:
el médico donostiarra José María Merino.
Quedé subyugado por aquel titular y pedí permiso para hacerme con un pliego y leer con toda tranquilidad aquella entrevista que tanto prometía.
Lo hice y quedé sorprendido por lo que el erudito miembro de Aranzadi contaba sobre la utilización del cefalópodo como preservativo por los arrantzales vascos a través de la historia.
Tras la lectura, pensé, que en cuestión de textura, lubricación y forma, había muchas similitudes entre una gran parte de los cefalópodos y el condón; no digamos ya en cuanto a la gama de tamaños: desde el txokito hasta la pota de gran calibre pasando por el chipirón pequeño y el mediano, sin dejar fuera, claro está, a la sepia. Había tallas y formas para todo tipo de penes.



El periodosta Rafael Castellano, "Falete", autor de la
entrevista José María Merino


Hace unos días, mientras tomaba un café en un bar de Deba, nuestro pueblo, me junté con Rafael Castellano y tras recordarle su antigua entrevista al doctor Merino le pregunté si aquella había ido en serio o si por el contrario había sido una tomadura de pelo.
Casi ofendido, me respondíó que había sido una entrevista muy en serio y que lo narrado por el doctor Merino estaba histórica y científicamente demostrado. Efectivamente, el doctor Merino no era un hombre que perdía el tiempo diciendo tonterías.



Los chipirones: condones de primera generación.


El sexo de los hombres de mar vascos es consustancial a la historia marítima de Euskal Herria, habiendo tenido incluso influencia, primero en algunas palabras que formaron parte del “pidgin” o argot sexual de nuestros marinos en tierras anglófonas, el “euskenglish”; más tarde en la lengua vasca oficial.

Hasta hace pocos años la palabra “txorta” era muy utilizada por los marinos vascos para referirse (con perdón) a “follar” o “ echar un polvo”. Hoy día la palabra “txorta” (txorta jo) está admitida por la Real Academia de la Lengua Vasca. En realidad dicho anglicismo lo crearon nuestros arrantzales cuando tocando puertos ingleses, irlandeses o canadienses eran asaltados por las profesionales del sexo que conocedoras de la debilidad de la carne ofrecían a nuestros hombres un polvo rápido a un módico precio: es lo que en inglés se llama un “Short time” (pronunciado shortaim). Del “short time” se pasó al “txorta” algo normal en aquellos hombres que no habían pasado por ninguna academia de inglés.
Es curioso el asunto del sexo en el lenguaje de los marinos. Yo que navegué en la mercante durante muchos años siempre oí decir que “más tira un pelo de coño que una estacha”. Para quien lo desconozca la estacha es la cuerda gruesa que amarra un buque al muelle.

Y continuando con el tema de los cefalópodos no quiero pasar por alto una anécdota de la que fui testigo. Estaba embarcado a bordo de un buque con bandera liberiana pero con tripulación vasca y gallega. Nos encontrábamos amarrados en puerto y estaba a punto de llegar el relevo de algunos tripulantes. Era la hora de la comida y, mientras el camarero se afanaba en servir la mesa, el primer oficial preguntó si entre los nuevos había algún conocido.
Alguien respondió que él conocía al tercer oficial de puente, un chicarrón joven, con fama de voceras y bastante fantasma. El primer oficial tomó nota del comentario y siguió comiendo.

Se abrieron las puertas de la cámara y entraron dos personas; eran los nuevos relevos, el tercer oficial y el primer maquinista.
Tras los saludos de rigor, el primer oficial guiñó un ojo al jefe de máquinas e iniciaron una farsa haciendo que continuaban con una supuesta discusión interrumpida poco antes de la llegada de los nuevos. El supuesto tema de la acalorada disputa verbal parecía ser algo relacionado con la pesca, concretamente sobre alguna especie marina.
A los gritos del primer oficial dirigidos al maquinista, este último respondía subiendo el tono y el volumen hasta casi hacernos creer a todos que se trataba de una discusión real.
Por fin, como queriendo dar muestra de buena voluntad para llegar a un entendimiento, el primer oficial se dirigió al recién llegado tercer oficial y como queriendo convertirle en juez de la disputa le preguntó:

- ¿Tu entiendes de pescado ?

Entrando al trapo, el joven respondió que estaba seguro de entender bastante más que cualquiera de los que nos encontrábamos allí. Y para dar más crédito a lo que decía, afirmó que en su familia siempre habían tenido barco pesquero y que de niño le daban potitos de sapo y besugo.

- ¡ Vaya!  Por fin hemos encontrado a alguien que entiende del tema. Y continuó preguntándole:

- ¿ Pero de cefalópodos también entiendes?

- De todo lo que viva en el agua. Respondió el joven aspirante a convertirse en juez de la disputa.

Mirando fijamente a los ojos del joven, el primer oficial fue levantándose lentamente de la silla mientras, de forma grosera pero con mucha gracia se echaba mano al paquete de su entrepierna, y puesto ya en pie, mientras lo agarraba con fuerza preguntó al nuevo tercer oficial:

- ¿ Esto qué es: pulpo o calamar ?.






domingo, 10 de agosto de 2014

DEBA... LAS FIESTAS, EL VINO, LA ALEGRIA Y EL DESENFRENO

   DEBA... LAS FIESTAS, EL VINO,

  LA ALEGRÍA Y EL DESENFRENO


Sabido es que el vino tiene unas propiedades tan maravillosas que lo han hecho digno de aparecer en el áureo listado de los alimentos que componen la tan recomendada dieta mediterránea. Se dice que ya en el siglo V a.C. el médico griego Hipócrates utilizaba el vino para sanar los males del cuerpo y del alma recetando dosis diferentes según las características de cada persona, de qué mal se tratase o de la intensidad de cada mal.
Históricamente, desde la Edad Media, los frailes de los conventos han sido buenos productores y consumidores de vino, sidra, cerveza y licores. Siempre he pensado que la máxima que guiaba a aquellos santos varones era la de que si el mismísimo Hijo de Dios tomó al vino como símbolo de su sangre, aquello no podía ser malo. Y tenían razón, … solo que hasta cierto punto, o lo que es lo mismo, hasta cierta dosis. La historia nos demuestra que las consecuencias de su consumo pueden ser tan benéficas como nefastas.

      



Hace pocos años, una mañana, tras el encierro de los toros en las fiestas de San Roke, me di una vuelta por la playa, la ría y la alameda escapando del bullicio y de ese olor característico del post-encierro, esencia de arena y orines de novillo: buscaba el silencio.

Al pasar por la alameda vi con indignación que alguna mala bestia, sin duda movida por los efectos de la embriaguez, había talado dos preciosos árboles que yacían muertos sobre el césped. Los cortes eran limpios y quedaba claro que habían sido realizados con un hacha. Me sentí impotente y recordé que las viejas ordenanzas debarras, probablemente las más antiguas de Gipuzkoa, castigaban severamente la tala pirata de árboles con la siguiente pena: “ que pague por cada un pie de arbol tres escudos de oro” . Una pasta gansa por hacer el imbécil con nocturnidad.




No hablemos ya de las peleas producidas por los efectos del alcohol. En ese asunto, nuestros antecesores debieron ser maestros hasta el punto de que la medieval ordenanza 102 de nuestro concejo, refiriéndose a los peligrosos follones, grescas y trifulcas organizados entre el personal, ordenaba:
“ que cualquier que tirare con ballesta en la calle o por casa o en cualquier ruydo que acaeciere en villa o en arrabal, que por la primera vez le corten la mano e por la segunda vez que lo maten por ello”. Un poco “heavy”; tampoco es cuestión que pasarse.

A lo largo de la historia de Deba, podemos apreciar que las palabras “fiesta” y “escándalo” aparecen a menudo unidas, y que el nexo entre ambas palabras parece relacionarse con el consumo excesivo de vino u otra pócima alcohólica. También se intuye que el sexo y los “pecados de la carne” andan por medio, siempre ayudados por el efecto del divino zumo.

Antiguamente, tanto en las fiestas patronales de la villa como en las celebradas anualmente por las diferentes cofradías (Kopraixak), el líquido elemento alcohólico debía correr de lo lindo. Cuentan las crónicas que algunos años, en la comida de la fiesta de la Cofradía de Itziar se sacrificaron hasta diez reses entre bueyes y vacas. Está claro que para empujar todo eso hace falta mucho vino.

En 1586, un representante del Corregidor de Gipúzkoa visitaba Deba con el fin de comprobar si los hospitales y cofradías de la villa tenían la aprobación de la autoridad civil o eclesiástica. El informe pasado al señor Corregidor decía que además de la de mareantes, «hay otras dos cofradías, una en la parroquia de Iciar y otra en la de Arrona, y a estas dos acuden cada año una vez mucha gente de los pueblos circunvecinos en días que para ello tienen destinados, y a comer, danzar y a hacer, como se hacen, muchas cosas dignas de ser prohibidas y vedadas, y después de las comidas y danzas y durante ellas (a que acuden muchos tamboriles y otros instrumentos) suceden ruidos y heridas y otros escándalos».




Y hablando de escándalos, es sumamente interesante la documentación referente a un proceso celebrado en 1.632 contra un sacerdote de la parroquia de Deba llamado Don Gracián de Arriola. Según se deduce de las acusaciones, la buena conducta, al menos en cuanto a los pecados capitales de la gula (incluido el gusto por el vino) y la lujuria, no debía ser su fuerte.

Aseguraba el fiscal que estando el acusado “revestido en unas honras, pareciéndole que se alargaban demasiado, envió a su casa a por un plato grande de sopas y un cuartillo de vino, que se los tomó junto al altar”. La cosa no quedaba ahí pues, según la acusación, el beneficiado de la parroquia tenía tratos carnales con María de Mocorena, y habiendo procreado un hijo, convidó al capitán Urquiaga con toda su compañía, dándoles un gran banquete. Como no podía ser de otra forma, el fiscal se querellaba asimismo contra María de Mocorena, por sus “liviandades”.





 Todo esto no es nada comparado con lo que ocurrió la noche de un catorce de agosto de 1443, durante las fiestas de la Virgen; como quien dice, a las pocas horas de lanzarse el txupinazo.
El archivo municipal de Deba guarda un interesante documento fechado el 21 de febrero de 1444. Se trata de una sentencia a muerte dictada por Ochoa Sebastián de Olazábal, alcalde de la Hermandad de Guipúzcoa, contra Pedro de Leizaola, por el asesinato de una joven llamada Ochanda, hija de Ochanda de la Rementeria, de la casa de Zubelzu.

La sentencia da por probado que
“ vna noche vispera de Santa Maria de agosto que paso que fue a quatorse dias del mes de agosto del año que paso del señor de mill e quatrosientos e cuarenta e tres años que algunas personas pospuesto todo temor de Dios con entençion mallyuola (malévola) Ochanda su fija iasiendo en su cama salua e segura en vna cassa que es en Çubelçu que allegaran e  acudieran a ella e la ataran con cuerdas de cañamo en las manos e en la garganta de tal manera e fasta tanto que la afogaran e la mataran de muerte natural por la dicha afogacion e que non contentos de ello que quebraran vn arrca que estaba dentro de la dicha casa e furtaran e lleuaran de ella fasta cient maravedis de moneda blanca e vna cadena de plata que estimo valer doscientos maravedis de la dicha moneda ".
El caso es que requerido por tres veces, al no presentarse ante la justicia debarra el citado Pedro de Leizaola por hallarse prófugo, probados los hechos, el alcalde dicta la sentencia:


" fallo que le deuo condenar e condeno al dicho Pedro de Leyçaola a pena de muerte natural e la muerte que sea esta donde quier que lo fallaren o pudiere ser auido que los jueses e justiçias de los logares donde fuere tomado e cada vno de ellos que tomandolo a su poder le corrten la garganta con cuchillo de fierro (hierro) e asero (acero) agudo en tal manera que muera naturalmente…”. Menuda fiesta la organizada por el prófugo Leizaola.

                                        

Resumiendo. Como otras muchas cosas en la vida, y como el cuchillo destinado a rebanar la garganta del pérfido Leizaola, el vino es un arma de doble filo: puede dar la vida o puede empujar a destruirla. Puede ayudar a sanar y a la confraternización de las personas o a que estas cometan los males más perversos. Como reza el viejo dicho, a nadie hace daño el vino si se bebe con buen tino. En la moderación está el secreto de su disfrute. 
                              





lunes, 4 de agosto de 2014

CORSARIOS DEBARRAS

 

NUESTROS PERROS DEL MAR

 


Frecuentemente, cuando se habla o escribe acerca de la historia marítima de Deba, se hace mención a la importancia de su puerto en los siglos XV y XVI como puerta de salida de las lanas de Castilla o de las armas y herrajes elaborados en las ferrerías del Bajo Deba, Alto Deba y algunos municipios bizkainos colindantes, como Elorrio o Ermua.
También es frecuente la mención al puerto debarra como importante referente en lo tocante al tema de la caza de la ballena en aguas de Terranova, o como reconocido puerto comercializador y distribuidor en el siglo XVI del saín producido en tierras americanas.
Algo menos conocida es la actividad complementaria ejercida por nuestros mercaderes y marinos, como fue la del corso, o como se decía entonces, la de “hacer el corso”. En sus inicios, parece ser que el motivo de armar las naves no fue otro que la defensa de éstas y sus tripulantes de los ataques piratas; pero la venganza del ojo por ojo y, sobre todo, la productividad de este lucrativo negocio en el que a veces se incluyó el comercio de esclavos, se transformó en norma. De la defensa se pasó al ataque. Así actuaron nuestros temidos corsarios, nuestros “perros del mar”, un término acuñado en Inglaterra “sea dogs” para denominar a quienes ejercían la actividad corsaria.



Patente de corso muy tardía. Corresponde al reinado de Carlos III.

La patente de corso, originalmente llamada “carta de marca y represalia” era un permiso que el rey concedía  a los propietarios de una nave para perseguir, abordar y hacerse con las mercancías y con los barcos de países enemigos. Según estipulaban las leyes, la quinta parte de los bienes arrebatados, denominada “quinto real”, correspondía a la corona.
Dicho esto, es fácil deducir que en los periodos más duros de guerras durante los siglos XV, XVI y XVII prácticamente todos los barcos debarras contasen en algún momento con estas patentes o permisos, y que muchas veces la línea que separaba a corsarios y piratas estuviese poco definida.
Pese a la imagen que hoy se tiene de la actividad corsaria, que no debe confundirse con la del pirata (castigada con la horca), es importante destacar que su práctica era legal  y que de sus campañas, además de los tripulantes, se beneficiaban los armadores, la corona y el pueblo en general, incluida la iglesia. La importancia económica de la actividad corsaria era tal que en ciertos momentos se hizo habitual que los barcos llevasen a bordo un notario para controlar y dar fe de las capturas.
Importantes personajes de familias debarras, como los Irarrazabal, los Sasiola o los Leizaola, a veces ocupando puestos de responsabilidad en el Consejo Real de Castilla,  han pasado a la historia como conocidos corsarios. Uno de esos legendarios personajes fue Fernán Ruiz de Irarrazabal, preboste de la villa de Deba y corsario de altos vuelos de  quien se dice que en 1412 atacó con sus propias naves a dos naos francesas con las que entabló duro enfrentamiento. Viendo que las cosas se ponían feas, seleccionó a sus mejores hombres y subió con ellos a bordo de un esquife (embarcación pequeña y ligera) con la intención de abordar a una de las naves francesas. Para que el abordaje fuese más rápido, hizo un boquete en el fondo de su esquife obligando a los marineros a subir rápidamente a bordo de la nao francesa. Tras fiera lucha cuerpo a cuerpo, los franceses optaron por rendirse antes que ser pasados a cuchillo.

 
Pistola-balloneta inglesa “Waters”, conservada en Deba. Probablemente fue construida a mediados del siglo XVII. El arma, con la culata parcialmente rota, muestra signos de haber permanecido presumiblemente bajo el agua o en un lugar muy húmedo durante algún tiempo. No sería extraño que hubiese sido utilizada por algún “perro del mar” debarra, por algún “sea dog” inglés, o quizás por ambos.

 
Para hacernos una idea más real de lo que fue esta actividad, nada mejor que mostrar algunos casos documentados en los que los marinos de Deba son unas veces los atacantes y otras las víctimas de la rapiña. Así podemos verlo cuando en 1483 el escocés John Mac Intosh presentaba una queja tras quedarse estupefacto al ver en el altar mayor de la iglesia de Santa María de Ondarroa un enorme candelero de cobre que le había sido robado en 1477. Los autores del robo habían sido los tripulantes de una nave de Deba que además del candelero y otros objetos, se habían hecho con un rico botín de paños finos, bacalao, hierro y pastel, todo ello valorado en 4.425 coronas.
Otro ejemplo de esta productiva actividad es un emplazamiento realizado en 1487 por el vecino de Laredo, Sancho González de la Obra, contra el ex alcalde de Deba Jofre de Sasiola y otros guipuzcoanos autores del robo de un navío irlandés, en represalia de lo cual el de Laredo fue hecho prisionero por los vecinos de la ciudad de Cork.
En noviembre de 1475, Jacobo Espato Doria, natural de Sicilia, presenta una denuncia contra Juan de Licona vecino de Deba. Según el siciliano un día de octubre de 1475, mientras se encontraba en el puerto de Castil Rojo (Nápoles) cargando aceite, miel, azúcar, cueros y otras mercancías en su goleta de 24 bancos, y en otras dos naos , fue asaltado por el de Deba, patrón de una nao de 700 botas, que se llevó todos sus navíos y mercancías. Las pérdidas fueron valoradas en 5.000 ducados de oro.
Ese mismo año, en abril, los Reyes Católicos habían firmado carta de represalia contra unos ingleses que robaron 165 toneles de vino a Pedro de Ochoa, vecino de Monreal de Deva.
Algo parecido, pero a lo grande, fue la acción del debarra Juan Martinez acaecida en 1557. A ese año corresponde la denuncia presentada contra él por Bernardo Cardux, maestre florentino vecino de Amberes, y por Alejandro Antenori y Juan Simonete por el robo de cuatro navíos cargados de vino cuando se dirigían de Burdeos al Condado de Flandes. Lógicamente dichos navíos fueron a parar al puerto de Deba. 
En 1484 Isabel la Católica enviaba una carta al duque de Bretaña rogándole que hiciese devolver a Fernando de Sasiola, vecino de Deba, la nao de 130 toneles que le fue robada cuando venia de Flandes cargada de paños y otras mercancías.
En 1488, una nave de Jofre de Sasiola era abordada por corsarios alemanes. A bordo de ésta viajaba Bartolomé Colón, hermano del almirante, quien fue retenido y secuestrado durante seis años; ese mismo año se otorgaba carta de marca y represalia contra los autores de dicho abordaje y secuestro, pertenecientes a la Hansa de Alemania.  
En 1500, los Reyes Católicos enviaban una carta a Lorenzo Suárez de Figueroa, embajador en la República Veneciana, ordenándole informase al Dux sobre la concesión de una carta de marca y represalia contra los vecinos de Venecia y a favor de Fernando de Leizaola, vecino de Deba, cuya nao había sido atacada por tres galeazas venecianas. Asimismo se exigía al Dux veneciano que se pagasen los daños causados al debarra.                    
 
Pero a menudo los asaltos no sólo se realizaban contra naves de países enemigos, siéndolo en ciertos momentos contra naves de la propia corona e incluso entre naves vascas lo que ya constituía verdadera piratería. El 20 de octubre de 1483 se presentaba una citación para que respondiesen ante el Consejo Real los tripulantes de dos naves vascas por haber asaltado a un navío propiedad de Diego Fernandez de Valladolid, vecino de Sevilla. Dicho navío, que transportaba mercancías valoradas en 420.000 maravedíes y se dirigía desde Sevilla a las Islas de Gran Canaria y Madeira, fue asaltado a la altura del cabo de San Vicente. Entre los citados por la justicia aparecen  Michel de
Deva “el corcobado”, maestre de la nao grande, Domingo de Alós, maestre de la nao pequeña, su cuñado Martín de Lasao, alguacil, y Jalón, piloto, todos ellos vecinos de Deba.
Un suceso curioso ocurrió en 1530, cuando el turco Barbarroja campaba a sus anchas por todo el Mediterraneo atacando a las naves comerciales cristianas y haciéndose con numerosos cautivos; entre ellos se sabe de un marino debarra cuyo rescate en 1533 fue pagado por la villa de Deba.
Es necesario decir que las operaciones corsarias no se realizaban tan solo en la mar. Era muy frecuente que las “labores” de los corsarios se realizasen dentro de los puertos enemigos, robando y llevándose los barcos atracados en sus muelles e incluso realizando razias tierra adentro, como veremos a continuación.
Durante las guerras con Francia, Carlos I concedió masivas autorizaciones a los marinos guipuzcoanos para armar sus naves en corso y atacar a Francia fuesen donde fuesen, incluidas las lejanas aguas y tierras de Terranova. Los gastos, claro está, corrían a cargo de éstos.
En 1555, prácticamente al final de las guerras con Francia, las Juntas Generales ordenaban realizar un informe sobre las actuaciones de los barcos guipuzcoanos entre los años 1552 y 1555. De los catorce informantes seleccionados por las Juntas, tres eran debarras: Domingo de Gorocica, alcalde de Deba, capitán y armador; Miguel de Zaldivia, capitán, y Martín Ochoa de Irarrazabal, capitán y armador. He aquí algunas informaciones proporcionadas por estos:
Refiriéndose a Domingo Gorocica dice el informe: “ Y que este testigo, él mismo por su persona ha sido diversas veces en saltar en tierra de Francia… Y en las dichas entradas ha quemado villajes y lugares, y sacado muchas presas y ha hecho muchas tomas de vacas y bueyes y carneros y otros ganados para el mantenimiento de la dicha gente y tomado muchas y diversas mercaderías, todas las cuáles este testigo ha traido a los puertos de esta Provincia y repartido entre su gente… y vino con las dichas sus presas al dicho puerto de la dicha villa de Deba…”  Asimismo, el alcalde afirmaba saber que “solos los vecinos de la dicha villa de Deba en esta presente guerra han tomado mas de seiscientos naos e galeones y otras fustas entre grandes y pequeñas; las doscientas de ellas armadas y con mucha artilleria y diversas municiones que valian mas de 400.000 ducados”.
Por su parte, Martín de Zaldivia afirmaba en el informe de 1555 que hacía cuatro días habían zarpado de Deba “siete y ocho naos, galeones y zabras de armada muy apercibidas y en orden” . En cuanto al armamento de estas naves declaraba que estas salían armadas “de todo armazón de guerra, así lombardas, mosquetes, versos, arcabuces, ballestas, gurguces, y echafuegos, lanzas y dardos y municiones necesarias y otras maneras y géneros de armas ofensivas y defensivas…” Refiriéndose a sus gestas, afirmaba que con las naos de los también capitánes debarras García de Iciar y Cristóbal Arias  entraron en el canal de Burdeos quemando algunos poblados y haciéndose con numerosas cargas de trigo y que en otro viaje con el capitán Garcia de Iciar  y el también capitán armador debarra Martín Dabice de Aguirre apresaron al alcaide del castillo situado junto a la bahía de Fornia, a su mujer y a su familia cobrando por ellos un rescate de 700 ducados.
Otra de las innumerables operaciones en aguas y tierras francesas fue la realizada en 1552 por el capitán y armador  Juan de Ansorregui quien junto a los tripulantes de otras ocho zabras tomó y saqueó la isla de Caperon.
Martín Ochoa de Irarrazabal, quien alardeaba de haber participado en esas operaciones, afirmaba haberse apoderado junto a otros armadores debarras de más de setenta naos grandes y pequeñas, todas ellas cargadas. También afirmaba que en Terranova se habían apoderado de más de 200 naos gruesas cargadas de grasa de ballena y bacalao y que las trajeron a Guipúzcoa.
El siglo XVIII, aunque fue un momento de gran actividad corsaria, sobre todo en la “carrera de Indias” donde competían corsarios, piratas y bucaneros, no lo fue tanto en nuestro puerto. Fue el siglo de la ilustración, de los “Caballeritos de Azkoitia” y del Real Seminario de Bergara. El siglo más reproducido en las clásicas películas de piratas; el de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, cuyos más de 50 barcos iban y venían armados en corso de tierras americanas. Para entonces el puerto de Deba ya no era lo que había sido aunque todavía salían barcos con destino a Londres, como el bergantín San Rafael, que en 1789 cubría línea regular entre Londres, Deba, Donostia y Baiona. Tan solo diez años antes, en 1779, las autoridades de Deba se quejaban de que una pequeña embarcación corsaria inglesa merodeaba por aguas debarras, careciendo la villa de cañón y pólvora con los que poder defenderse.
Para finalizar, decir que la actividad corsaria duró hasta el siglo XIX; concretamente hasta el año 1856, cuando con la firma del Tratado de París se suprimieron definitivamente las patentes de corso.
 
 
 

domingo, 13 de julio de 2014

DEBA Y LA PIEDRA

Durante siglos, la extracción y el trabajo de la piedra ha representado el modo de vida y sustento de numerosas familias del municipio. Todavía hoy nos suenan cercanos los nombres y apellidos de canteros como los hermanos Antonio y Francisco Arrizabalaga “Txarturi”, los hermanos Joaquín y José Mari Aperribay Zubiaurre y sus hijos, el cantero y adoquinador Pablo Aranceta o el lasturtarra Francisco Albizu “Soarte”. 
Muchas han sido las canteras que a lo largo de la historia han sido y son explotadas en Deba, la mayoría de piedra caliza; entre éstas, las históricas de San Nicolás, Urkulu, Gaztelu, Duquesa, Goltzibar o Istiña (Antsondo).
La piedra caliza debarra ha sido tan apreciada, que la población incluso dio  su nombre a uno de los diez mármoles más conocidos del país: el “Gris Deva”. Este mármol al igual que los denominados “Gris Duquesa” y “Rosa Duquesa” son aún extraídos de las canteras de Lastur.


Santuario de Arantzazu. En primer plano los apóstoles de Oteiza,
 al fondo las piedras talladas por Francisco Albizu "Soarte".


La caliza conocida como “Gris Deva” ha sido utilizada  en la construcción de numerosos y conocidos edificios. En 1948, el cantero local Patxi Albizu “Soarte” fue contratado para elaborar y suministrar 7000 piedras en forma de punta de diamante para la edificación de las torres del Santuario de Nuestra Señora de Arantzazu. Las piedras elaboradas por “Soarte” de forma artesanal fueron extraídas de la cantera Urkullu de Lastur.

Operarios de la cantera de Arronamendi, probablemente en la década de 1940.

Pero la caliza no ha sido la única piedra extraída de nuestras canteras. Hasta los años cincuenta del siglo veinte, las ya desaparecidas canteras de Arronamendi situadas en los acantilados costeros, actualmente “Geoparque de la Costa Vasca”, albergaron hasta seis empresas explotadoras de piedra arenisca calcárea destinadas a la elaboración de adoquines. Según se dice, durante los años treinta del siglo XX, en la cantera de Arronamendi trabajaron hasta cien personas. Curiosamente, el propio nombre de este monte y cantera guarda directa relación con la actividad ejercida en ellos, ya que “Arronamendi” está formado por la unión de las palabras “(H)arri” “ Ona” y “Mendi” (piedra, buena, monte) lo que en euskara viene a significar “monte de buena piedra”.
                                                                                            

Uno de los propietarios de la última cantera explotada en Arronamendi fue mi propio abuelo, Pablo Aranceta Lasagabaster. Todavía hoy, mi madre recuerda cómo a finales de los años treinta o comienzos de los cuarenta la empresa estuvo a punto de firmar un contrato millonario para la elaboración y suministro de toneladas de adoquines con destino a Holanda. Estos iban a ser utilizados en la construcción de los “polders”; pero lo que parecía iba a ser un gran negocio quedó suspendido definitivamente con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
También recuerda cómo siendo una adolescente ayudaba a la economía familiar llevando el control de los adoquines cargados en los vagones de ferrocarril en el muelle de carga de la propia cantera.
Todavía en los años cincuenta, siendo yo un niño, era normal que la guardia civil acudiese habitualmente a nuestra casa, situada en la Plaza Zaharra, para controlar las cajas de dinamita que mi abuelo guardaba en el camarote o desván de casa con destino a la cantera. Eran otros tiempos y lo que para las normas de seguridad hoy es una barbaridad, entonces se veía como algo normal.

Elaboración de adoquines en la cantera de Arronamendi.
En primer plano Francisco Arrizabalaga "Txarturi".
                                        
La labra de los adoquines era realizada artesanalmente, uno a uno, en la misma cantera y posteriormente estos eran cargados en vagones de ferrocarril con destino final, a veces vía marítima, a muy diversos lugares de la geografía como Asturias, Cantabria, Cataluña o Castilla.
Generalmente, los propios canteros de la explotación eran los encargados de realizar la obra de calles, plazas, puertos, o carrejos, residiendo éstos, a veces con sus familias, en muy diversos lugares durante el tiempo que durasen las obras. Esa es la razón por la que mi madre, Irene Aranceta Lecuona nació en Oviedo: “el adoquinado”.
En las canteras de Arronamendi trabajaron populares personajes como el conocido bertsolari Txirrita.
La piedra debarra  ha sido también el elemento por el que han pasado a la historia del deporte rural nombres de harrijasotzailes como  Victor Zabala (Arteondo), Manuel arakistain (Ziaran Zar), Angel Albizu (Soarte), José Manuel Agirre (Endañeta) o incluso mujeres como Dámasa Agirregabiria popular fémina harrijasotzaile durante los años treinta del siglo XX.





miércoles, 28 de mayo de 2014

ALEX TURRILLAS ARANZETA. CURRICULUM DE UN QUINTO DEL 53

Alex Turrillas Aranzeta. Este soy yo cuando todavía no tenía pelo blanco.

Nací en Deba, Gipuzkoa, en agosto de 1953, catorce años después de finalizada la Guerra Civil y un año después de que desapareciese la cartilla de racionamiento.

Ex-aspirante a clérigo, estudié varios años en el seminario de donde escapé sin renegar de algunas cosas. Actualmente (mañana no lo sé), me defino como “anarkokristiano”, ya que me quedo con el mensaje y no con los ritos y las pautas marcadas por la burocracia eclesiástica. Admiro al papa Francisco por su voluntad de renovar la Iglesia y realizar una buena limpieza, que falta hace; sobran los sepulcros blanqueados. Aunque pienso que el buen hombre está atado de pies y manos por ocultos poderes.

Siendo estudiante trabajé en casi todo lo que se puede trabajar: funcionario, camarero, contador de aguas, ayudante de cocina, taquillero … etc. , fui incluso profesor de español de una de las hijas del ya fallecido presidente vitalicio de Costa de Marfil, Félix Houphouët Boigny.

Tras escapar de la Universidad de Zaragoza me matriculé en la Escuela Náutica de Barcelona, lo que me sirvió para navegar durante más de 12 años como oficial radioelectrónico de la marina mercante, haciéndolo generalmente en buques extranjeros.
Ese tiempo me sirvió para conocer prácticamente todo el mundo y doctorarme en “Ciencias de la Vida”, la mejor, o al menos, la más interesante de las carreras, pues te abre la mente y te enseña a ver lo pequeños que somos.

Me siento un privilegiado por haber podido asistir en vivo y en directo a históricos acontecimientos como la revolución jomeinista y la caída del Sha de Persia, la dictadura de los militares y la guerra de las Malvinas en Argentina, los años duros y el florecimiento de la Perestroika en la CCCP, o la interpretación del “ Si vas a Calatayud pregunta por la Dolores” en una sala de fiestas del Congo y en versión original del grupo donostiarra "Los Xey".
He dormido en camas importantes como la del rey Carlos VII, la emperatriz María Antonieta o la de Carlos Gardel (si es mentira, que los cuervos me saquen los ojos).

Estando navegando creé una agencia de publicidad (Kaioa),  lo que, tras dejar de navegar, me sirvió para vivir, casarme y criar a dos morroskos.
Entre otras labores, he ejercido como redactor de textos en mi empresa. He sido asimismo director de la revista “Amalur” y publicado numerosos artículos y más de una docena de obras sobre temas de historia, etnografía y literatura infantil. Soy socio de Aranzadi Zientzia Elkartea (Sociedad de Ciencias Aranzadi) y mi gran pasión son las humanidades en general y  la historia en particular.

Esa pasión me ha proporcionado algún que otro regalillo o privilegio como el haber sido invitado a dar algunas conferencias en lugares diversos. Recuerdo con especial cariño la de La Habana (Cuba) en 2018, donde diserté sobre arquitectura regionalista vasca en las XV Jornadas de Arquitectura Vernácula organizadas por la Fundación Cárdenas, la Cátedra de Arquitectura Vernácula Gonzalo de Cárdenas y la Oficina del Historiador de esa ciudad.  

Estuve muerto una vez a causa de un infartazo provocado por el estrés, pero como nunca he podido estar quieto, decidí resucitar al cabo de dos minutos y reincorporarme a la vida cotidiana; la eterna, de momento puede esperar.