INSA NDONG
MANOS DE RESTAURADOR
EL ARTISTA QUE LLEGÓ DE ÁFRICA
Aún recuerdo
cuando siendo un mozalbete vi por primera vez una persona de raza negra. Fue
algo sorprendente pues hasta entonces tan solo las había visto en las películas
de Tarzán o en las huchas del Domund.
¡Cómo han
cambiado los tiempos!
Ha transcurrido desde entonces algo más de medio siglo y la comunidad debarra se ha enriquecido
con el aporte de gentes de muy diversas culturas.
Hoy día es
normal ver en nuestro pueblo a niños de origen senegalés, marroquí, afgano,
hindú, ecuatoriano o búlgaro jugando con los niños autóctonos y hablando entre
ellos en euskara, un euskara tan académico que para sí lo quisiera el mismísimo
Sabino Arana.
Hace unos
meses, mientras esperaba a que mi amigo Patxi Aizpitarte se despojase de los
hábitos con los que hacía unos minutos había celebrado la misa, me percaté de
que algo había cambiado en la parroquia de Deba.
La barroca
balaustrada de hierro forjado de uno de sus púlpitos resplandecía con el mismo
brillo que debió tener cuando hace cientos de años fue construida,
probablemente a finales del siglo XVII o principios del XVIII, el momento más
rico, artísticamente hablando, de la forja vasca.
No sería
extraño que los balaustres de ambos púlpitos hubiesen salido de alguna de las
forjas más afamadas de la época: la de los Elorza, Betolaza, Marigorta, Ezenarro,
o Arrillaga, rejeros elgoibarreses todos ellos, contratados por numerosas
iglesias, catedrales y entidades públicas y privadas de todo el reino.
El intenso destello
de los dorados y el elegante tono “verde carruaje” llamaron poderosamente mi
atención.
Recuerdo
cuando de joven estudiaba en filosofía las diferentes definiciones de la belleza
según los grandes pensadores. Hoy solo recuerdo la que a mí más me convencía,
quizás por ser también la más breve y sencilla: es bello todo lo que debido a
su perfecta armonía, produce un placer espiritual al ser contemplado.
Aquella
balaustrada que era realmente bella había pasado casi inadvertida a mis ojos
durante más de sesenta años y ahora, restaurada, me había producido aquel placer
espiritual del que hablaban los libros. Aquella sensación fue mucho más fuerte,
cuando Patxi me informó sobre los planes que tenía de ir restaurando poco a poco
el otro púlpito, la balaustrada central del coro y diversos elementos, tanto en
la iglesia de Deba como en la de Itziar.
A los pocos días tuve la oportunidad de conocer al restaurador, un simpático y siempre sonriente joven senegalés llamado Insa Ndong. Como otros miles de inmigrantes trataba de buscarse honestamente la vida realizando cualquier trabajo que se le ofreciese aunque realmente sus gustos estaban muy relacionados con el mundo del arte o de la artesanía, concretamente con la pintura.
Currículum
y Via Crucis de un artista
Insa Ndong es
un joven senegalés de algo más de treinta años nacido en la ciudad de Banjul,
capital de Gambia, país al que acudía regularmente su familia, tradicionalmente
dedicada a labores de la pesca.
Sus primeros
estudios los realizó en una escuela coránica; más tarde lo hizo en la escuela
inglesa “Glory baptist” donde comenzó estudios de economía; pero sus
aspiraciones de joven inquieto pasaban por llegar a Europa.
En 2007, con
veinticuatro años, Insa iniciaba su primera aventura al embarcar a bordo de una
patera en Guinea Bissau, pero el viaje se frustraba al poco de salir al ser
interceptada ésta por las autoridades.
Lo intentaba
de nuevo, esta vez saliendo de Gambia y consiguiendo llegar a Tenerife, lugar
desde donde fue repatriado a Senegal por las autoridades españolas.
Tiempo
después lo intentaba por tercera vez, marchando desde Senegal a Mauritania y
desde allí nuevamente a Tenerife a bordo de una patera.
Tras un largo
periplo que le lleva desde Tenerife a Madrid, Barcelona, Asturias y Cantabria,
en diciembre de 2014 llegaba a Deba, donde actualmente reside.
Desde su
desembarco en Tenerife, Insa ha realizado todo tipo de labores, desde la venta
de productos en la calle a trabajos eventuales de albañilería o la descarga de
pescado en los puertos de Colindres y Ondarroa.
Ahora, en
Deba, se siente a gusto haciendo lo que en estos momentos hace.
Tiene mano
para la pintura y la restauración, lo está demostrando, y sueña como otros tantos inmigrantes en
conseguir un trabajo estable para poder organizar definitivamente su vida.
Mientras
llega ese día, Insa hace amigos y disfruta de sus aficiones: el footing (es un
buen korrikalari), y la música; y eso
sí, sobre todo… sonríe.