LA CUEVA DE ERMITIA
LAS CHICAS DE DEBA
Y JOSE MIGUEL DE BARANDIARAN
Primeros años de la década de los 40. Una cuadrilla con
mucha marcha. De izquierda a derecha, Karmentxu Salegui, Rita Lizarzaburu, Mari
Aranceta, Iciar Mugica, Maria Eulalia Egaña, Mariví Andonegui, y agachada otra
joven no identificada, Obsérvese que varias de ella sostienen un cigarrillo en
sus manos.
Hace casi un
año falleció mi tía Mari; era hermana de mi madre. Tenía 96 años y prácticamente
toda la vida la habíamos conocido siendo Hija de la Caridad de San Vicente de
Paul.
A la tía
Mari le gustaba contar historias de su juventud, historias en las que a menudo
ella y sus inseparables amigas eran las protagonistas.
Eran
historias que hacían referencia a cuando de jóvenes salían de excursión al
monte, a explorar los alrededores. Me comentaba que a menudo solían ir a las
“cuevas de Mendaro”.
Como siempre me ha gustado el tema prehistórico y creo que controlo bastante las cuevas de nuestra comarca, siempre pensé que las citadas “cuevas de Mendaro” a las que hacía referencia no debían de estar en Mendaro. Al preguntarle dónde se encontraban aquellas cuevas me respondía que por el camino que va a Sasiola.
Exterior de la cueva de Ermitia.
Hace unos años me informaron de que se iba a colocar una reja en la cueva de Ermitia para protegerla de posibles vándalos o saqueadores del patrimonio. Ermitia es una cueva muy importante con valiosos restos del Paleolítico superior, concretamente del Magdaleniense y ya durante la segunda y tercera década del siglo XX fue en parte estudiada y catalogada por Jose Miguel de Barandiaran. Las catas y las excavaciones finalizaron cuando se construyó la autopista, dos de cuyos túneles se encuentran justo debajo de la cueva. Durante las obras hubo un derrumbe que arruinó el milenario santuario. Hay quien asegura que a causa del derrumbe se abrió un gran boquete en uno de los túneles donde aparecieron numerosas pinturas rupestres y que dicho boquete fue rápidamente sellado para no paralizar las obras de la autopista.
Como yo nunca había estado en Ermitia, quizás por su difícil acceso, decidí ir a visitarla días antes de su cierre. Me costó llegar a ella; el acceso fue harto difícil para mí, un infartado que debe cuidarse de no hacer excesos.
Por fin
conseguí llegar a la boca de la cueva, y tras tomar aliento y descansar unos
segundos me dispuse a entrar en ella.
Cueva de Ermitia. El grafity que delata a sus autoras.
Con cierta indignación pude ver que en una de las paredes situadas en el interior, junto a la misma boca de la cueva, había una gran pintada en la que en rojo se podían leer varios nombres. Mi curiosidad me llevó a hacer un esfuerzo para ver quién o quienes habían sido los autores de aquel desaguisado. Y comencé a leer: M.ICIAR. M(ugica), RITA (Lizarzaburu), MARIVI AND(onegui), MARI. A(ranceta), CARMEN. S(alegui)… y otros nombres más, pero ilegibles.
Aquella
pintada no era prehistórica pero la sorpresa que me llevé disipó mi indignación
previa y reconozco que se tornó en algo simpático. Las autoras del graffity
eran mi tía Mari y sus amigas, y la pintada había sido realizada hacia 1942 cuando ellas contaban entre 16 y 17 años. Allí mismo me di cuenta a qué cuevas
se refería la tía Maritxu cuando me hablaba de las cuevas de Mendaro.
Un verano, quizás
el último que mi tía vino a Deba, le pregunté si recordaba haber pintado sus
nombres en la pared de la caverna y no lo recordaba; es lógico pues tenía
noventa y cuatro años. Pero la prueba del delito estaba clara. Lo que sí me
dijo, como con vergüenza y con la misma inocencia que una niña fue: "Y también
solíamos fumar".
Guateque campestre en la década de los 40. De izquierda a derecha,
Mariví Andonegui, Maria Eulalia Egaña, Amparo Esnaola, Paulita Iriondo
(Zesterokua), Mari Aranceta y Rita Lizarzaburu. La foto seguramente fue
realizada por Iciar Mugica. Obsérvese en el centro el gramófono (tocadiscos)
utilizado para animar el ambiente.
Las
fotografías de mi álbum familiar corroboran que aquellas chicas de los años
cuarenta tenían tanta o más marcha que las de hoy. ¡Sí! Había que tener mucha
marcha para, al poco de terminar la guerra, ir al monte con un gramófono de
manivela y montarse allí la fiesta con
fumata incluida de “artubizarras” , tabaco rubio de Virginia o simplemente tabaco
negro cuarterón.
Ahora,
recuerdo con cariño a quienes mucho tuvieron que ver con esa cueva: don Jose
Miguel Barandiaran y las chicas guerreras de aquella cuadrilla de los cuarenta:
mi tía Mari la hija de Pablo Aranceta, Iciar Mugica la hija del marino Juan
Múgica, Karmentxu Salegui la del Miramar, Rita Lizarzaburu la de Alejo, Marivi
Andonegui la hija de don Paco, Maria Eulalia Egaña la de Txapasta,
Blanca Esnaola la hija de Jose Manuel, su prima Amparo Esnaola, Paulita Iriondo
la de Zesterokua…
Y cómo no,
tampoco me olvido de don Anes Arrinda quien solía llevar a la cueva a sus
alumnos de la Escuela Parroquial Nuestra Sª de Iciar.
Allí, además de enseñarles lo que era la prehistoria realizaba catas por su cuenta y riesgo, tan sólo con la autolicencia parroquial. Los paleolíticos trofeos hallados en las cuasi piratescas excavaciones eran expuestos en el escaparate de la tienda de tejidos Arriola para deleite del vecindario; y los alumnos de don Anes, a escondidas intercambiaban las puntas de flechas de silex por cromos de Chocolates Loyola.
Eran otros tiempos y hoy eso no sería posible,
sería un sacrilegio.
Anes Arrinda junto a Jose Miguel de Barandiaran.
Por cierto,
el propio don Anes me contó el susto que se llevó cuando le llamaron para
decirle que un señor y la guardia civil le estaban esperando en el
Ayuntamiento. Se había presentado una denuncia contra él por saqueador del
patrimonio. Cuando llegó al Ayuntamiento tanto él como don Jose Miguel se
llevaron una sorpresa. Ah! ¿Pero eras tú?.
La cosa
quedó ahí.
Barandiaran
había sido profesor de don Anes en el seminario de Vitoria y tenían una gran
amistad; además el párroco debarra había colaborado con su paleontólogo maestro en varias prospecciones arqueológicas.
Han pasado
más de ochenta años desde que aquellas chicas guerreras de los años cuarenta
pintasen los rupestres grafitis. Ya todas han muerto; también Barandiaran y Anes Arrinda. Pero en la boca de
la cueva, pintados en rojo, aún permanecen sus nombres entremezclados con la
prehistórica historia de nuestro pueblo.