INDALECIO OJANGUREN
El testamento gráfico de un Gran Maestro
Autoretrato de Indalecio Ojanguren. |
Indalecio Ojanguren Arrillaga nace en
Eibar el 15 de noviembre de 1887. Con dieciséis años comienza a trabajar en la
empresa armera G.A.C.
Se desconocen las circunstancias que le llevan a iniciarse en el mundo de la fotografía, hecho que pudo suceder de la mano de Román Ortuoste, eibarrés como él, y considerado como otro de los grandes maestros de la fotografía vasca.
Se desconocen las circunstancias que le llevan a iniciarse en el mundo de la fotografía, hecho que pudo suceder de la mano de Román Ortuoste, eibarrés como él, y considerado como otro de los grandes maestros de la fotografía vasca.
En 1908, cuando tan solo cuenta veintiún años, el diario madrileño ABC publica su primera fotografía en la prensa escrita. Es por entonces cuando, debido a una ulcera gástrica, siguiendo los consejos médicos comienza a practicar el montañismo, afición que con el tiempo le haría merecedor de los más importantes galardones deportivos y el ser conocido con el sobrenombre de el “Fotógrafo Águila”. Fue el primer guipuzcoano en realizar el concurso de los cien montes, una hazaña que repetiría siete veces durante su vida, la última cuando contaba 73 años.
Entre los años 1914 y 1916 Ojanguren recorre todos los municipios del territorio guipuzcoano realizando miles de fotografías para el “Álbum Gráfico Descriptivo de Guipúzcoa”. Con esa misma finalidad , entre 1918 y 1919, recorre toda Bizkaia, trabajo cuyo resultado aún permanece en gran parte inédito.
Infatigable y constante, el objetivo
de su cámara captó miles de imágenes de montes, pueblos, caseríos, monumentos y
personajes, así como escenas costumbristas o de la más ferviente actualidad.
A lo largo de su vida profesional, colaboró con más de una veintena de periódicos y revistas del estado y del extranjero.
Indalecio Ojanguren falleció en Eibar el 18 de febrero de 1972. Gran parte de su obra, más de 8000 fotografías, se encuentran depositadas en el Archivo General de Gipuzkoa, en Tolosa.
Dicen que a menudo la obra de los grandes maestros es reconocida tan solo tras su muerte.
No es éste el caso de Ojanguren, el gran reportero y pionero del alpinismo vasco, que tuvo el privilegio de gozar en vida del reconocimiento mas amplio.
Algo tendría Indalecio para ser tan querido como persona y tan apreciado como profesional. ¿Pero qué era?
La respuesta me llegó cuando buscando y rebuscado información sobre su vida, recurrí a referencias escritas de tres autores: el recordado Juan San Martín, el prolífico escritor José de Arteche y el periodista y fotógrafo José Valderrey, este último autor de un proyecto de tesis doctoral sobre la vida y obra de Ojanguren.
Imaginándole,
me aborda a la memoria lo que, según el concepto clásico y el significado
etimológico fueron aquellos filósofos griegos de la escuela de Atenas: amantes
de la sabiduría (fileo-amar , sofia-sabiduría);
o de los grandes maestros del humanismo renacentista cuyo saber abarcaba
disciplinas tan variadas como la pintura, la escultura, la ingeniería, la
literatura, la música o la medicina.
Indalecio, en su modestia y sin saberlo, fue un humanista en toda regla, un humanista engendrado por la “escuela eibarresa”, aquella del buril, la gubia, el pincel la pluma y el pensamiento; la que tantos hijos ilustres ha dado a la cultura vasca.
Armero y fotógrafo, redactor de noticias y
músico en la banda “La Marcial”, pionero del alpinismo vasco e infatigable
correcaminos a través de toda la geografía vasca, española e incluso marroquí.
Ojanguren fue sobre todo un inquieto divulgador de lo cotidiano. Su
temperamento quedó perfectamente descrito por José de Arteche al relatar la
conversación mantenida entre don Toribio Noain, administrador del diario El
Pueblo Vasco, y el “reporter”
eibartarra. Se trataba de dar forma al Album de Gipuzkoa:
- Nos
hemos acordado de usted. Si podría usted hacer algo…
- ¿Haser
algo? Todo también.
Indalecio fue
uno de esos hombres que reivindican la jornada vital de veinticinco horas,
quizás, porque sin darse cuenta temen no poder concluir la gran obra para la
que fueron concebidos. Pero él lo consiguió.
Esa obra, la que pacientemente y con tanto mimo archivó en forma de cristales, negativos o papel, es el valioso testamento, el preciado legado que gracias a su visión de futuro y a su generosidad hemos heredado.
Sucedió en
1.966, cuando José de Arteche, por encargo de la Diputación de Gipuzkoa, se
trasladó a Eibar para recoger las cajas que contenían el archivo del entonces
ya viejo reportero eibartarra. El escritor de Azpeitia narra la escena de
aquella despedida mientras las cajas eran cargadas en el vehículo oficial.
“Para
hacer lo que yo he hecho hay que tener
fe y luego amar a Euskalerria”.
Estas fueron sus últimas palabras cuando con
los ojos enturbiados por la emoción “ojos de hombre puro, ojos de niño
grande” vio cómo arrancaba el motor de la infernal máquina.
Así era
Ojanguren, el hombre querido por todos, el fotógrafo al que la dictadura franquista obligó a pagar una multa para poder ejercer de
nuevo su profesión, debido a su convicción nacionalista.
Esa misma dictadura -paradojas de la vida- sería la que a los pocos años y en reconocimiento a su labor gráfico-deportiva, le concedería la Medalla Nacional al Mérito de Montaña.
Esa misma dictadura -paradojas de la vida- sería la que a los pocos años y en reconocimiento a su labor gráfico-deportiva, le concedería la Medalla Nacional al Mérito de Montaña.
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