NUESTROS PERROS DEL MAR
Frecuentemente,
cuando se habla o escribe acerca de la historia marítima de Deba, se hace
mención a la importancia de su puerto en los siglos XV y XVI como puerta de
salida de las lanas de Castilla o de las armas y herrajes elaborados en las
ferrerías del Bajo Deba, Alto Deba y algunos municipios bizkainos colindantes,
como Elorrio o Ermua.
También es frecuente la mención al puerto debarra como importante referente en
lo tocante al tema de la caza de la ballena en aguas de Terranova, o como
reconocido puerto comercializador y distribuidor en el siglo XVI del saín producido
en tierras americanas.
Algo menos conocida es la actividad complementaria ejercida por nuestros
mercaderes y marinos, como fue la del corso, o como se decía entonces, la de
“hacer el corso”. En sus inicios, parece ser que el motivo de armar las naves
no fue otro que la defensa de éstas y sus tripulantes de los ataques piratas; pero
la venganza del ojo por ojo y, sobre todo, la productividad de este lucrativo
negocio en el que a veces se incluyó el comercio de esclavos, se transformó en
norma. De la defensa se pasó al ataque. Así actuaron nuestros temidos corsarios,
nuestros “perros del mar”, un término acuñado en Inglaterra “sea dogs” para
denominar a quienes ejercían la actividad corsaria.
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Patente de corso muy tardía. Corresponde al reinado de Carlos III. |
La patente de corso,
originalmente llamada “carta de marca y represalia” era un permiso que el rey
concedía a los propietarios de una nave
para perseguir, abordar y hacerse con las mercancías y con los barcos de países
enemigos. Según estipulaban las leyes, la quinta parte de los bienes
arrebatados, denominada “quinto real”, correspondía a la corona.
Dicho esto, es fácil deducir que en los periodos más duros de guerras durante
los siglos XV, XVI y XVII prácticamente todos los barcos debarras contasen en
algún momento con estas patentes o permisos, y que muchas veces la línea que
separaba a corsarios y piratas estuviese poco definida.
Pese a la imagen que hoy se tiene
de la actividad corsaria, que no debe confundirse con la del pirata (castigada
con la horca), es importante destacar que su práctica era legal y que de sus campañas, además de los
tripulantes, se beneficiaban los armadores, la corona y el pueblo en general,
incluida la iglesia. La importancia económica de la actividad corsaria era tal
que en ciertos momentos se hizo habitual que los barcos llevasen a bordo un
notario para controlar y dar fe de las capturas.
Importantes personajes de
familias debarras, como los Irarrazabal, los Sasiola o los Leizaola, a veces
ocupando puestos de responsabilidad en el Consejo Real de Castilla, han pasado a la historia como conocidos
corsarios. Uno de esos legendarios personajes fue Fernán Ruiz de Irarrazabal,
preboste de la villa de Deba y corsario de altos vuelos de quien se dice que en 1412 atacó con sus
propias naves a dos naos francesas con las que entabló duro enfrentamiento. Viendo
que las cosas se ponían feas, seleccionó a sus mejores hombres y subió con
ellos a bordo de un esquife (embarcación pequeña y ligera) con la intención de
abordar a una de las naves francesas. Para que el abordaje fuese más rápido,
hizo un boquete en el fondo de su esquife obligando a los marineros a subir
rápidamente a bordo de la nao francesa. Tras fiera lucha cuerpo a cuerpo, los
franceses optaron por rendirse antes que ser pasados a cuchillo.
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Pistola-balloneta inglesa “Waters”, conservada en Deba. Probablemente fue construida a mediados del siglo XVII. El arma, con la culata parcialmente rota, muestra signos de haber permanecido presumiblemente bajo el agua o en un lugar muy húmedo durante algún tiempo. No sería extraño que hubiese sido utilizada por algún “perro del mar” debarra, por algún “sea dog” inglés, o quizás por ambos.
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Para hacernos una idea más real
de lo que fue esta actividad, nada mejor que mostrar algunos casos documentados
en los que los marinos de Deba son unas veces los atacantes y otras las
víctimas de la rapiña. Así podemos verlo cuando en 1483 el escocés John Mac
Intosh presentaba una queja tras quedarse estupefacto al ver en el altar mayor
de la iglesia de Santa María de Ondarroa un enorme candelero de cobre que le
había sido robado en 1477. Los autores del robo habían sido los tripulantes de
una nave de Deba que además del candelero y otros objetos, se habían hecho con
un rico botín de paños finos, bacalao, hierro y pastel, todo ello valorado en
4.425 coronas.
Otro ejemplo de esta productiva
actividad es un emplazamiento realizado en 1487 por el vecino de Laredo, Sancho
González de la Obra, contra el ex alcalde de Deba Jofre de Sasiola y otros
guipuzcoanos autores del robo de un navío irlandés, en represalia de lo cual el
de Laredo fue hecho prisionero por los vecinos de la ciudad de Cork.
En noviembre de 1475, Jacobo
Espato Doria, natural de Sicilia, presenta una denuncia contra Juan de Licona
vecino de Deba. Según el siciliano un día de octubre de 1475, mientras se
encontraba en el puerto de Castil Rojo (Nápoles) cargando aceite, miel, azúcar,
cueros y otras mercancías en su goleta de 24 bancos, y en otras dos naos , fue
asaltado por el de Deba, patrón de una nao de 700 botas, que se llevó todos sus
navíos y mercancías. Las pérdidas fueron valoradas en 5.000 ducados de oro.
Ese mismo año, en abril, los
Reyes Católicos habían firmado carta de represalia contra unos ingleses que
robaron 165 toneles de vino a Pedro de Ochoa, vecino de Monreal de Deva.
Algo parecido, pero a lo grande, fue la acción del debarra Juan Martinez
acaecida en 1557. A ese año corresponde la denuncia presentada contra él por
Bernardo Cardux, maestre florentino vecino de Amberes, y por Alejandro Antenori
y Juan Simonete por el robo de cuatro navíos cargados de vino cuando se
dirigían de Burdeos al Condado de Flandes. Lógicamente dichos navíos fueron a
parar al puerto de Deba.
En 1484 Isabel la Católica
enviaba una carta al duque de Bretaña rogándole que hiciese devolver a Fernando
de Sasiola, vecino de Deba, la nao de 130 toneles que le fue robada cuando
venia de Flandes cargada de paños y otras mercancías.
En 1488, una nave de Jofre de
Sasiola era abordada por corsarios alemanes. A bordo de ésta viajaba Bartolomé
Colón, hermano del almirante, quien fue retenido y secuestrado durante seis
años; ese mismo año se otorgaba carta de marca y represalia contra los autores
de dicho abordaje y secuestro, pertenecientes a la Hansa de Alemania.
En 1500, los Reyes Católicos
enviaban una carta a Lorenzo Suárez de Figueroa, embajador en la República
Veneciana, ordenándole informase al Dux sobre la concesión de una carta de
marca y represalia contra los vecinos de Venecia y a favor de Fernando de
Leizaola, vecino de Deba, cuya nao había sido atacada por tres galeazas
venecianas. Asimismo se exigía al Dux veneciano que se pagasen los daños
causados al debarra.
Pero a menudo los asaltos no sólo
se realizaban contra naves de países enemigos, siéndolo en ciertos momentos
contra naves de la propia corona e incluso entre naves vascas lo que ya
constituía verdadera piratería. El 20 de octubre de 1483 se presentaba una
citación para que respondiesen ante el Consejo Real los tripulantes de dos
naves vascas por haber asaltado a un navío propiedad de Diego Fernandez de
Valladolid, vecino de Sevilla. Dicho navío, que transportaba mercancías
valoradas en 420.000 maravedíes y se dirigía desde Sevilla a las Islas de Gran
Canaria y Madeira, fue asaltado a la altura del cabo de San Vicente. Entre los
citados por la justicia aparecen Michel
de
Deva “el corcobado”, maestre de
la nao grande, Domingo de Alós, maestre de la nao pequeña, su cuñado Martín de
Lasao, alguacil, y Jalón, piloto, todos ellos vecinos de Deba.
Un suceso curioso ocurrió en 1530, cuando el turco Barbarroja campaba a sus
anchas por todo el Mediterraneo atacando a las naves comerciales cristianas y
haciéndose con numerosos cautivos; entre ellos se sabe de un marino debarra
cuyo rescate en 1533 fue pagado por la villa de Deba.
Es necesario decir que las
operaciones corsarias no se realizaban tan solo en la mar. Era muy frecuente
que las “labores” de los corsarios se realizasen dentro de los puertos
enemigos, robando y llevándose los barcos atracados en sus muelles e incluso
realizando razias tierra adentro, como veremos a continuación.
Durante las guerras con Francia,
Carlos I concedió masivas autorizaciones a los marinos guipuzcoanos para armar
sus naves en corso y atacar a Francia fuesen donde fuesen, incluidas las
lejanas aguas y tierras de Terranova. Los gastos, claro está, corrían a cargo
de éstos.
En 1555, prácticamente al final
de las guerras con Francia, las Juntas Generales ordenaban realizar un informe
sobre las actuaciones de los barcos guipuzcoanos entre los años 1552 y 1555. De
los catorce informantes seleccionados por las Juntas, tres eran debarras:
Domingo de Gorocica, alcalde de Deba, capitán y armador; Miguel de Zaldivia,
capitán, y Martín Ochoa de Irarrazabal, capitán y armador. He aquí algunas
informaciones proporcionadas por estos:
Refiriéndose a Domingo Gorocica
dice el informe: “ Y que este testigo, él
mismo por su persona ha sido diversas veces en saltar en tierra de Francia… Y
en las dichas entradas ha quemado villajes y lugares, y sacado muchas presas y ha
hecho muchas tomas de vacas y bueyes y carneros y otros ganados para el
mantenimiento de la dicha gente y tomado muchas y diversas mercaderías, todas
las cuáles este testigo ha traido a los puertos de esta Provincia y repartido
entre su gente… y vino con las dichas sus presas al dicho puerto de la dicha
villa de Deba…” Asimismo, el alcalde
afirmaba saber que “solos los vecinos de
la dicha villa de Deba en esta presente guerra han tomado mas de seiscientos
naos e galeones y otras fustas entre grandes y pequeñas; las doscientas de
ellas armadas y con mucha artilleria y diversas municiones que valian mas de
400.000 ducados”.
Por su parte, Martín de Zaldivia
afirmaba en el informe de 1555 que hacía cuatro días habían zarpado de Deba “siete y ocho naos, galeones y zabras de
armada muy apercibidas y en orden” . En cuanto al armamento de estas naves
declaraba que estas salían armadas “de
todo armazón de guerra, así lombardas, mosquetes, versos, arcabuces, ballestas,
gurguces, y echafuegos, lanzas y dardos y municiones necesarias y otras maneras
y géneros de armas ofensivas y defensivas…” Refiriéndose a sus gestas,
afirmaba que con las naos de los también capitánes debarras García de Iciar y
Cristóbal Arias entraron en el canal de
Burdeos quemando algunos poblados y haciéndose con numerosas cargas de trigo y
que en otro viaje con el capitán Garcia de Iciar y el también capitán armador debarra Martín
Dabice de Aguirre apresaron al alcaide del castillo situado junto a la bahía de
Fornia, a su mujer y a su familia cobrando por ellos un rescate de 700 ducados.
Otra de las innumerables
operaciones en aguas y tierras francesas fue la realizada en 1552 por el
capitán y armador Juan de Ansorregui
quien junto a los tripulantes de otras ocho zabras tomó y saqueó la isla de
Caperon.
Martín Ochoa de Irarrazabal,
quien alardeaba de haber participado en esas operaciones, afirmaba haberse
apoderado junto a otros armadores debarras de más de setenta naos grandes y
pequeñas, todas ellas cargadas. También afirmaba que en Terranova se habían
apoderado de más de 200 naos gruesas cargadas de grasa de ballena y bacalao y
que las trajeron a Guipúzcoa.
El siglo XVIII, aunque fue un
momento de gran actividad corsaria, sobre todo en la “carrera de Indias” donde
competían corsarios, piratas y bucaneros, no lo fue tanto en nuestro puerto.
Fue el siglo de la ilustración, de los “Caballeritos de Azkoitia” y del Real
Seminario de Bergara. El siglo más reproducido en las clásicas películas de
piratas; el de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, cuyos más de 50 barcos
iban y venían armados en corso de tierras americanas. Para entonces el puerto
de Deba ya no era lo que había sido aunque todavía salían barcos con destino a
Londres, como el bergantín San Rafael, que en 1789 cubría línea regular entre
Londres, Deba, Donostia y Baiona. Tan solo diez años antes, en 1779, las
autoridades de Deba se quejaban de que una pequeña embarcación corsaria inglesa
merodeaba por aguas debarras, careciendo la villa de cañón y pólvora con los
que poder defenderse.
Para finalizar, decir que la
actividad corsaria duró hasta el siglo XIX; concretamente hasta el año 1856,
cuando con la firma del Tratado de París se suprimieron definitivamente las
patentes de corso.