viernes, 11 de diciembre de 2015

CULTURA E INTERCULTURA


INSA NDONG

MANOS DE RESTAURADOR

                                        EL ARTISTA QUE LLEGÓ DE ÁFRICA





Aún recuerdo cuando siendo un mozalbete vi por primera vez una persona de raza negra. Fue algo sorprendente pues hasta entonces tan solo las había visto en las películas de Tarzán o en las huchas del Domund.
¡Cómo han cambiado los tiempos!
Ha transcurrido desde entonces algo más de medio siglo y la comunidad debarra se ha enriquecido con el aporte de gentes de muy diversas culturas.

Hoy día es normal ver en nuestro pueblo a niños de origen senegalés, marroquí, afgano, hindú, ecuatoriano o búlgaro jugando con los niños autóctonos y hablando entre ellos en euskara, un euskara tan académico que para sí lo quisiera el mismísimo Sabino Arana.    






Hace unos meses, mientras esperaba a que mi amigo Patxi Aizpitarte se despojase de los hábitos con los que hacía unos minutos había celebrado la misa, me percaté de que algo había cambiado en la parroquia de Deba.
La barroca balaustrada de hierro forjado de uno de sus púlpitos resplandecía con el mismo brillo que debió tener cuando hace cientos de años fue construida, probablemente a finales del siglo XVII o principios del XVIII, el momento más rico, artísticamente hablando, de la forja vasca.
No sería extraño que los balaustres de ambos púlpitos hubiesen salido de alguna de las forjas más afamadas de la época: la de los Elorza, Betolaza, Marigorta, Ezenarro, o Arrillaga, rejeros elgoibarreses todos ellos, contratados por numerosas iglesias, catedrales y entidades públicas y privadas de todo el reino.

El intenso destello de los dorados y el elegante tono “verde carruaje” llamaron poderosamente mi atención.
Recuerdo cuando de joven estudiaba en filosofía las diferentes definiciones de la belleza según los grandes pensadores. Hoy solo recuerdo la que a mí más me convencía, quizás por ser también la más breve y sencilla: es bello todo lo que debido a su perfecta armonía, produce un placer espiritual al ser contemplado.

Aquella balaustrada que era realmente bella había pasado casi inadvertida a mis ojos durante más de sesenta años y ahora, restaurada, me había producido aquel placer espiritual del que hablaban los libros. Aquella sensación fue mucho más fuerte, cuando Patxi me informó sobre los planes que tenía de ir restaurando poco a poco el otro púlpito, la balaustrada central del coro y diversos elementos, tanto en la iglesia de Deba como en la de Itziar.

A los pocos días tuve la oportunidad de conocer al restaurador, un simpático y siempre sonriente joven senegalés  llamado Insa Ndong. Como otros miles de inmigrantes trataba de buscarse honestamente la vida realizando cualquier trabajo que se le ofreciese aunque realmente sus gustos estaban muy relacionados con el mundo del arte o de la artesanía, concretamente con la pintura.

                            

      






Currículum y Via Crucis de un artista
Insa Ndong es un joven senegalés de algo más de treinta años nacido en la ciudad de Banjul, capital de Gambia, país al que acudía regularmente su familia, tradicionalmente dedicada a labores de la pesca.
Sus primeros estudios los realizó en una escuela coránica; más tarde lo hizo en la escuela inglesa “Glory baptist” donde comenzó estudios de economía; pero sus aspiraciones de joven inquieto pasaban por llegar a Europa.

En 2007, con veinticuatro años, Insa iniciaba su primera aventura al embarcar a bordo de una patera en Guinea Bissau, pero el viaje se frustraba al poco de salir al ser interceptada ésta por las autoridades.
Lo intentaba de nuevo, esta vez saliendo de Gambia y consiguiendo llegar a Tenerife, lugar desde donde fue repatriado a Senegal por las autoridades españolas.
Tiempo después lo intentaba por tercera vez, marchando desde Senegal a Mauritania y desde allí nuevamente a Tenerife a bordo de una patera.
Tras un largo periplo que le lleva desde Tenerife a Madrid, Barcelona, Asturias y Cantabria, en diciembre de 2014 llegaba a Deba, donde actualmente reside.

Desde su desembarco en Tenerife, Insa ha realizado todo tipo de labores, desde la venta de productos en la calle a trabajos eventuales de albañilería o la descarga de pescado en los puertos de Colindres y Ondarroa.
Ahora, en Deba, se siente a gusto haciendo lo que en estos momentos  hace.
Tiene mano para la pintura y la restauración, lo está demostrando, y sueña como otros tantos inmigrantes en conseguir un trabajo estable para poder organizar definitivamente su vida.
Mientras llega ese día, Insa hace amigos y disfruta de sus aficiones: el footing (es un buen korrikalari), y la música; y eso sí, sobre todo… sonríe.