SHIGEHO ASATSU
LAS RAÍCES DEL CEREZO
Hacia
1965 pocos eran los niños del pueblo que habían visto a una persona que no
fuese de raza blanca; por entonces yo era ya un joven de doce años. Hasta pocos
años antes los seres más exóticos que habíamos visto eran el chinito, el
negrito y el indio de las huchas del DOMUND, los negros de las películas de
Tarzán, los chinos de las películas de Fu Manchú o a los indios Gerónimo y Toro
Sentado en las películas del Lejano Oeste.
Aún
recuerdo cuando con seis o siete años vi por primera vez a un hombre de raza
negra. Era un turista francés que fregaba unos platos en la fuente de la Plaza
Zaharra. Cuando terminó de hacerlo una comitiva de chiquillos fuimos tras él
como si de un espectáculo callejero se tratase: fue toda una novedad.
En
relativamente pocos años el mundo se ha hecho pequeño. Actualmente millones de
personas se mueven continuamente alrededor del globo por placer, por necesidad
de trabajo o escapando de las guerras. Los conceptos de tiempo y espacio
actuales nada tienen que ver con los de 1965, cuando los únicos privilegiados en
conocer a personas de otras razas eran los marinos, los misioneros, los
emigrantes o los pelotaris de cesta punta en los frontones de Shanghái, Macao,
Manila o Miami.
Es
precisamente en 1965 cuando comienza una historia maravillosa cuyo protagonista
es un joven japonés de diecinueve años llamado Shigeho Asatsu. Había nacido el
año 1946 en la ciudad japonesa de Tokyo y sus ansias por conocer el mundo le
llevaron a concebir un plan para salir del archipiélago nipón y recorrer miles
y miles de kilómetros hasta llegar a la vieja Europa. No imaginaba entonces
cómo su llegada a un caserío vasco llamado Erlete Garaikoa, situado en Itziar,
un barrio de la localidad guipuzcoana de Deba, iba a marcar y cambiar el rumbo
de su vida.
Fotografía del caserío Erlete Garaikoa realizada durante una de las visitas de Shigeho.
Fue una calurosa tarde del verano de 1965. Todos los
miembros de la familia Egaña, incluidas las mujeres e Iñaki, un jovencito de
seis años, descansaban a la entrada del caserío Erlete Garaikoa. La jornada
había sido dura. Tras la siega de los prados y la confección de las metas para secar
y conservar la hierba del ganado, el descanso y un vaso de sidra fresca sabían
mucho mejor.
Serían las ocho de la tarde cuando el silencio quedó roto
por el sonido de una pequeña motocicleta que como salida de la nada circulaba
por la pista de tierra que se adentraba en el pequeño valle de Mardari. Aquello
no era nada normal y llamó la atención de los Egaña. Jose Ignacio, el abuelo,
se puso en pie y mientras gesticulaba con los brazos dio un grito para llamar
la atención del desconocido motorista. El grito y los gestos surtieron efecto.
El motorista paró su motocicleta y acto seguido comenzó a recorrer a pie el
pequeño camino que desde la pista ascendía al caserío.
Mientras lo hacía, el desconocido se fijó en un hermoso
cerezo situado a la vera del camino. Cuando llegó al caserío, el motorista se
quitó el casco y todos quedaron asombrados al ver que se trataba de un joven oriental.
Seguramente pensaron que se trataba de
un chino, pero no; se trataba de un muchacho japonés de diecinueve años llamado
Shigeho Asatsu.
Aquella inesperada visita alteró la tranquilidad del
momento. A pesar de la barrera del idioma, todo fueron ofrecimientos, agasajos,
y gestos de buena voluntad para con el recién llegado. Los Egaña hablaban
euskara y castellano, pero Juanito Alzibar, el marido de Miren Itziar Egaña, tenía
ciertos conocimientos de inglés pues había navegado en la marina mercante; eso le
convirtió en improvisado intérprete de la familia. Shigeho hablaba japonés,
unas pocas palabras de español y otras pocas de inglés, pero la mímica, un diminuto diccionario japonés-inglés y la
buena voluntad de todos hicieron posible la comunicación.
La amama, Patricia Martija, se emperró en que el muchacho
cenase con la familia. Le ofreció de todo pero no hubo manera de que el recién
llegado probase bocado. Llegó la hora de acostarse y se le preparó una habitación;
pero tampoco. Amablemente el joven lo agradeció pero declinó compartir techo
con quienes le ofrecían toda su hospitalidad. Tan solo, mediante gestos y
señalando el frondoso cerezo situado junto al camino dio a entender su voluntad
de dormir bajo aquel maravilloso árbol, con las estrellas del cielo como techo;
y así lo hizo.
Aquella noche, contaba la amama Patricia, nadie pudo dormir en el caserío, seguramente
tampoco el joven Shigeho. Los perros no pararon de ladrar durante toda la
noche, alertando con sus ladridos sobre la presencia de un extraño en los
dominios de Erlete Garaikoa. Nadie pudo pegar ojo: ni los humanos ni los
perros.
A la mañana siguiente continuaron los agasajos y a la
hora de partir, el vínculo entre los de Erlete Garaikoa y el joven japonés era
ya manifiesto. Juanito Alzibar, conduciendo su propia moto, una “Montesa”,
acompañó al motorista nipón hasta el puente de piedra situado a la salida de Deba hacia Mutriku. Shigeho nunca lo olvidaría
y aunque él no lo supiese, el cerezo de Erlete Garaikoa había echado una nueva
raíz.
El
primer viaje de Shigeho (1965)
Shigeho Asatsu era un joven decidido y con espíritu
aventurero. En realidad, su primer plan fue viajar a Paraguay donde había una
respetable colonia de emigrantes japoneses. Para financiar su viaje trabajó
durante un año en el negocio familiar, incluso inició el estudio de la lengua
española con la intención de poder comunicarse en el país sudamericano. Pero
había un problema: el viaje a Paraguay era demasiado caro y los números no
cuadraban. Cabía otra opción, viajar a Europa, recorrer Europa.
Y dicho y hecho. Lo primero que hizo fue comprarse una
pequeña moto de segunda mano, una Honda de 50 cm cúbicos, una cilindrada para
andar por casa, algo similar a una Vespino. La moto fue enviada vía marítima al
puerto alemán de Hamburgo. Posteriormente compró los billetes de avión, tanto
el de ida como el de vuelta. El primero de Tokyo a Hamburgo; el de vuelta desde
Teherán a Tokyo, lo que significaba que hasta Teherán tenía que llegar en moto.
Era la primavera de 1965 cuando Shigeho llegó al
aeropuerto de Hamburgo. Allí le esperaba su motocicleta con la que atravesó
Alemania y Francia hasta llegar al País Vasco. Fue en ese momento cuando
aconteció el episodio anteriormente narrado, es decir el primer contacto con
los Egaña de Erlete Garaikoa.
Tras despedirse de sus nuevos amigos, Shigeho continuó su
viaje hasta llegar a Madrid y desde allí a Barcelona atravesando nuevamente la
frontera francesa, esta vez la mediterránea, continuando por la Costa Azul
hacia Italia y posteriormente a Yugoslavia. Fue allí, en la actual República de
Macedonia del Norte, concretamente en la ciudad de Skopje, donde el pequeño
ciclomotor no dio más de sí y el intrépido joven tuvo que abandonarlo con todo
el dolor de su alma. Pero el viaje no había finalizado.
Desde Macedonia Shigeho prosiguió su ruta por
ferrocarril, primero a través de Bulgaria y posteriormente de Turquía. Tras
atravesar el antiguo país otomano llegó a Irán y a su capital Teherán. Desde la
capital persa tomó el avión que nuevamente le llevaría a casa, a Tokio.
Durante todo aquel largo periplo, Shigeho tan solo durmió
una vez en la cama de un hotel; fue en Skopje cuando se le averió la moto.
Siempre lo hizo al raso o al cobijo dentro de su inseparable saco de dormir.
Tampoco comió en ningún restaurante pues allí donde llegase se compraba un pan
y algo para acompañarlo, lo que demuestra que a pesar de su juventud tenía el
espíritu de un austero y disciplinado samurái.
El segundo viaje (1970).
Había transcurrido poco más de año y medio desde su
retorno a Japón. Para entonces Shigeho ya tenía organizado su segundo viaje a
Europa; esta vez a España. Pero los planes eran mucho más concretos: quería
estudiar allí.
De nuevo, como caído del cielo, Shigeho aterrizó en
Erlete Garaikoa lo que produjo una gran sorpresa y alegría a sus moradores.
Iñaki Alzibar, por entonces un mozalbete, recuerda que fue la primera vez que
vio una pequeña radio a transistores, una Sanyo, toda una novedad por entonces
en Europa donde las radios eran todavía enormes cajas que funcionaban con
válvulas y tenían una rueda para ajustar el dial de sintonía. Fue un regalo del
joven japonés.
Shigeho comentó a Juanito Alzibar su voluntad de estudiar
en una universidad española pero desconocía qué pasos tenía que dar. No
sabiendo cómo ayudarle, Juanito recurrió a un íntimo amigo suyo con quien había
hecho el servicio militar en los cuarteles de Loyola, en Donostia. Se llamaba
Jacinto Sevillano y trabajaba como camarero en el Real Aero Club, sito en el
número 9 del Boulevard donostiarra. Era éste un club elitista al que acudían
personas de la alta sociedad local, militares e importantes cargos del régimen.
El carácter abierto y la simpatía de Jacinto hicieron que se granjease la
confianza de la clientela a la que recurrió para ver cómo podía ayudar a
Shigeho.
Jacinto y Juanito lograron lo que querían. En septiembre
de ese año su amigo japonés comenzaba los estudios de Geografía, especialidad en
Urbanismo, en la universidad de Navarra. Durante casi seis años viviría en
Pamplona y como muchos jóvenes de entonces financió sus estudios trabajando
como camarero en la capital navarra. Durante esa época los viajes de Shigeho a
Itziar y Donostia fueron numerosos y sirvieron para consolidar una gran amistad
que duraría hasta la muerte de Juanito, Jacinto y sus respectivas esposas.
En 1971 tuvo lugar un hecho de gran relevancia en la vida de Shigego: su conversión al cristianismo y posterior bautizo. Este tuvo lugar en Pamplona y al acto religioso acudieron las familias Alzibar-Egaña y Sevillano-López, siendo apadrinado por Jacinto Sevillano y Miren Itziar Egaña. El banquete de celebración tuvo lugar en el restaurante El Toro, en Berrioplano, a la entrada de Pamplona.
Bautizo de Shigeho Asatsu, primavera de 1971. Fue apadrinado por Jacinto Sevillano, a la derecha, y por Miren Itziar Egaña, a la izquierda. Tras ellos Juanito Alzibar y su hijo Iñaki.
La foto fue realizada antes del banquete en el
restaurante El Toro, en Berrioplano. De izquierda a derecha, Julián Manterola y su esposa María
Martija (tíos de Miren Itziar Egaña), Juanito Alzibar y su esposa Miren Itziar,
Shigeho, Jacinto Sevillano y su esposa Florita. Detrás Iñaki Alzibar, Uxua
Manterola y un compañero japonés de Shigeho.
En 1974, mientras estudia en Pamplona, Shigeho aprovecha las vacaciones de Semana Santa para continuar con su afición aventurera: un viaje en moto a Marruecos. Fue durante un mes de abril y aquel viaje tendría una gran transcendencia en la vida del estudiante nipón. Había realizado una parada en Madrid y al día siguiente debía continuar hacia Marruecos. Serían casi las tres de la tarde cuando paseaba por el Parque del Retiro; también lo hacía una joven Húngara que acababa de salir del Museo del Prado. La muchacha se llamaba Erzsi (Isabelita) y hablaba perfectamente español.
Entablaron conversación y surgió la amistad entre ambos.
Debieron caerse tan bien que quedaron en continuar y alimentar su amistad vía
epistolar. Entre carta y carta Shigeho realizó dos viajes a Hungría para verla
y conocer a su familia. Y a la tercera la vencida. El tercer viaje fue para
casarse el 15 de julio en Budapest. Tras la boda, Shigeho volvió a Pamplona
pues tenía que realizar un último examen para terminar su carrera; fue el mes
de septiembre.
Tras recibir su flamante título, el recién casado volvió
a Budapest para juntarse con su esposa y comenzar un largo viaje en ferrocarril
hasta Japón; una aventura más.
El viaje comenzó en Budapest y tras llegar a Moscú
continuaron su periplo atravesando toda Siberia hasta llegar a Jabárovsk,
importante ciudad situada a veinticinco kilómetros de la frontera nordeste
china y relativamente cerca de Vladivostok, en el Mar de Japón. Jabárovsk fue
la última etapa del viaje pues allí tomaron un avión hacia Tokio.
Tras su estancia en Tokio, el joven matrimonio se asentó
definitivamente en Budapest, ciudad en la que siguen residiendo. El vínculo con
Erlete Garaikoa siguió vivo y fueron varias las visitas que Shigeho y su esposa
realizaron a lo largo de los años a sus amigos vascos, tanto a los del caserío
de Itziar como a los de Donostia.
Cuenta Iñaki que en 2014, tras la muerte de Florita, la esposa de Jacinto Sevillano, vinieron a Donostia y quisieron acudir al cementerio para rezar una oración por ella. Al decirles que había sido incinerada y sus cenizas aventadas en la sierra de Urbasa, el matrimonio se emperró en acudir al bello paraje navarro para homenajear a su amiga. Así lo hicieron, y quedaron prendados de la belleza del lugar manifestando que aquel maravilloso espacio natural era el ideal para descansar eternamente.
Shigeho, su esposa Herzsi, Juanito Alzibar y el jovencito
Raul Sevillano, eh hijo menor de Jacinto y Florita.
Última visita
de Shigeho a Deba. En la foto Iñaki Alzibar, su madre Miren Itziar, Juanito
Alzibar, Erzsi y su esposo Shigeho Asatsu.
Epílogo:
Jacinto Sevillano falleció en mayo de 2010; su esposa Florita en octubre de
2014. Juanito Alzibar y Miren Itziar Egaña (Maritxu) fallecieron en 2021, en
mayo y septiembre respectivamente.
Shigeho y Erzsi, residen en Budapest y no sería nada extraño
que algún día, si la salud se lo permite, vuelvan a visitar al viejo cerezo de
Erlete Garaikoa que, por cierto, aún sigue vivo.
El caserío Erlete Garaikoa fue vendido hace años por la
familia Egaña. Sus nuevos propietarios lo convirtieron en un establecimiento de
agroturismo denominado “Erlete Goikoa”.