Escudo de Deba en la iglesia de Santa María. Es el más antiguo de los escudos de la villa. © Kaioa. (prohibida la reproducción) |
El escudo de Deba, al contrario
de lo que sucede en otras poblaciones costeras vascas, no muestra referencia
alguna a la actividad ballenera desarrollada en el pasado en esta villa. No
quiere ello decir que dicha actividad careciese de importancia en la economía
de su puerto; antes bien, está documentalmente demostrada la entonces
trascendental labor de los balleneros debarras no sólo en aguas vascas sino, posteriormente, también en aguas americanas.
Desde tiempos inmemoriales, el 23
de octubre, día de Santa Engracia, los marinos de de Itziar y posteriormente
también los de Deba, celebraban una gran fiesta en Itziar coincidiendo con el
inicio de la campaña de la ballena. Esa fiesta, en la que no faltaban las
corridas de toros, se celebró hasta 1743, año en el que las Juntas Generales de
Guipúzcoa, reunidas en Azpeitia, las prohibieron a petición del ayuntamiento de
Deba alegando que ese día ocurrían demasiados escándalos.
Todavía hoy, existe un lugar en Deba conocido como
“Labatai”, nombre que proviene de la unión de las palabras “Labea” (horno) y
“Atari” (portal). El origen del topónimo se debe a que en ese espacio, situado
en el pasado fuera de las murallas de la villa pero junto a una de los portales
de entrada a ésta, se encontraban los hornos donde era fundida la grasa de las
ballenas cazadas por los marinos de Itziar
y Deba desde los primeros siglos de
la Baja Edad Media.
Era precisamente allí, un lugar
entonces bañado por las aguas durante la pleamar, donde al bajar la marea se
realizaba el despiece de las ballenas que llegaban a pesar hasta setenta
toneladas. Tras el despiece, las tiras de grasa arrancadas a los cetáceos, se
cocían en enormes calderas de cobre para ser
transformadas en saín (aceite).
En un principio, la caza se
realizaba en las cercanas aguas locales situadas frente al pueblo. Tras el
aviso, mediante hogueras, de los vigías de las atalayas situadas en la falda de
Santa Catalina, en Itsaspe y en Mendata, todas ellas interconectadas
visualmente, las chalupas partían en persecución de la ballena franca glacial
(Euskal balea), especie que llegaba a las aguas vascas hacia el mes de octubre
para pasar el invierno y parte de la primavera en el Cantábrico. Generalmente
la gente acudía a las rocas y zonas elevadas de la costa para observar y animar
con sus gritos a los miembros de las diferentes tripulaciones que perseguían y
arponeaban a las ballenas.
El hecho de haber sido el primer
“heridor” reportaba ciertos beneficios
económicos para quien tenia ese honor. Tras la muerte del cetáceo, este era
remolcado a puerto para ser descuartizado.
El aceite (saín) de ballena era
un combustible muy cotizado pues ardía muy bien, dando buena luz y
prácticamente no producía humo ni olores.
Pero no sólo se aprovechaba la
grasa. Aunque la carne de ballena, salvo la de las crías, no era del gusto de
los vascos, tras ser puesta en salazón, esta era generalmente exportada a
Francia. No sucedía lo mismo con la lengua, pieza muy codiciada por su
exquisitez que a menudo iba destinada a gente muy pudiente o a sufragar los
gastos de mantenimiento y obras de la iglesia.
También se aprovechaban las
barbas y los huesos, utilizados para elaborar elementos de corsetería, objetos
decorativos, muebles e incluso en la construcción.
Balleneros en tierras americanas,
indígenas americanos en Deba.
A partir del siglo XV, comenzó la
extinción de la ballena en nuestras aguas y los marinos debarras se vieron obligados a faenar, primero
en aguas de Asturias o Galicia, y posteriormente en Islandia, Terranova, la
península del Labrador y el Golfo de de San Lorenzo (Canadá). Deba se convirtió
en un importante puerto ballenero, receptor del saín traído de tierras
americanas, no solo por los barcos de la villa sino también por naves de otras poblaciones guipuzcoanas. En su
puerto y en el cercano puerto fluvial de Altzola comenzaba la vía más corta
hacia la Llanada Alavesa y la Meseta Castellana, importantes destinos de los
productos de los balleneros vascos.
Es
numerosa la documentación existente sobre balleneros debarras en tierras
americanas. Apellidos como los Arriola de Urasandi, Irarrazabal, Sorasu,
Sorarte, Zubelzu … llenan muchas páginas de la documentación de la época.
Hasta
hace unas décadas, entre los exvotos conservados en la sacristía de la iglesia
de Itziar, se conservaba un testimonio de las andanzas de nuestros balleneros
en Terranova. Se trataba de una canoa india o esquimal que por desgracia
desapareció durantes las reformas realizadas en la sacristía de dicho templo
hacia los años sesenta o setenta del pasado siglo XX. La explicación a este
hecho puede encontrarse en el relato que en 1769 realizaba el vicario de Deba
Pedro Joseph Aldazabal Murguia. Según él, en 1620 mientras el capitán Francisco
de Sorarte, natural de Itziar, navegaba por las costas de Terranova, se
encontró con unos nativos que viajaban en una canoa. Se trataba de un matrimonio
y su hija quienes tras ser apresados y embarcados en el ballenero vasco fueron
traídos a Deba. El hecho quedaba avalado por el libro de partidas de bautismo
de la iglesia de Itziar donde un tiempo después de la llegada de los nativos se
hacía constar el bautizo de una mujer “
que traxo de tierra nueva, el capitán
Francisco de Sorarte”.