viernes, 16 de junio de 2017

DOS CARAS LITERARIAS DEL VERANEO DEBARRA.


JUAN VALERA Y ALFONSO REYES


Playa de Deba a finales del siglo XIX o principios del XX.
De la amplia nómina de ilustres veraneantes de Deba hay dos por los que  siento algo especial. Ambos tuvieron en común el ser escritores importantes y además diplomáticos de relevancia; de primera línea. Pero intuyo que sus personalidades y sus simpatías hacia Deba fueron totalmente diferentes: las del primero quizás más mundanas y livianas; las del segundo más profundas, sensibles y sobre todo, humanas.  



                        JUAN VALERA Y ALCALÁ GALIANO

                                              

Juan Valera y Alcalá-Galiano (1824-1905) representa la cara culta y a la vez algo cursi del veraneante de la segunda mitad del siglo XIX, cuando solo veraneaba la gente "guapa", o mejor, la "muy guapa". Alguien diría hoy que fue un veraneante ilustre pero "pijo" hasta decir basta; yo pienso que simplemente fue hijo de su clase, de aquella "crème de la crème" de su tiempo.

Valera es un veraneante que llega a Deba obligado por su mujer, la francesa Dolores Delavat "Dolorcitas". Según palabras suyas, en Deba se aburre bastante "pero la moda, la elegancia y el buen tono requieren y exigen salir a veranear, y mi mujer se creería la más desdichada criatura del mundo y la más humillada y vejada si no veranease".

Da la sensación de que el escritor de Cabra, hijo de la marquesa de Paniega, deseaba quedarse en Madrid mientras su mujer veraneaba en Deba; de que necesitase ejercer de "Rodríguez" veraniego para dar rienda suelta a su personalidad de don Juan.

Juan Valera junto a su esposa Dolores Delavat
y sus hijos Luis y Carmen.

Porque Valera fue un hombre que vivió para la literatura, pero sobre todo para las mujeres. La lista de amantes del escritor y diplomático a lo largo y ancho del mundo es digna de un record Guiness, abundando entre sus "trofeos" las duquesas, marquesas, baronesas, artistas e incluso las de pago (en París se quejaba de las elevadas tarifas de las parisinas). Algo debía tener el hispánico macho, pues hasta Katherine Bayard, la joven amante hija del Secretario de Estado norteamericano, mucho más joven que Valera, se descerrajó un tiro en la sien cuando éste le dijo en Washington que se iba con la música a otra parte; que tomaba las de Villadiego.

En lenguaje castizo, Valera fue lo que se dice un "pichabrava", aderezado con una generosa dosis machista, pero eso sí, refinado y culto hasta los tuétanos. Él mismo confesaba: "Esta afición mía a las faldas es terrible".

Deba, donde sin duda no se comió una rosca, se le queda pequeño, algo muy comprensible, pues todavía hoy después de ciento cincuenta años, la Noble y Leal Villa sigue siendo -con perdón- una plaza harto difícil en cuestiones del sano, natural y relajante menester de la jodienda. Los tranquilos paseos a Sasiola, merienda incluida con mantel de hilo sobre la hierba, o a "el Castañar" (¿Gaztañeta?) relatados en sus cartas, no sacian al parecer sus necesidades vitales; tan sólo se pierde en elogios y muestra emoción al hablar del "castillo" (palacio de Aguirre) y de las cenas en él con su propietario y amigo Leopoldo Cueto, marqués de Valmar.

Según se desprende de las cartas escritas a su hermana Sofía en 1.871, el o los veraneos del autor de "Pepita Jiménez" en Deba fueron, digamos, de compromiso.

Sus comentarios sobre esta población son en ocasiones poco halagadores a pesar de reconocer que se trata de un precioso país. En una de ellas se queja de la casa donde se hospeda y de la "excesiva abundancia de pulgas que pululan y negrean las sábanas". No se sabe si lo de las pulgas era cierto, lo que sí está claro es que en Deba, y a cuenta de las pulgas, compuso en septiembre de 1871 un extenso poema con título en euskara, "Arcacosua" (la pulga), Poema euskero, místico y picante" según él para distraer sus melancolías y entretener la ociosidad.



Katherine Bayard, una de las numerosísimas
  amantes de Valera. La joven norteamericana, que
  podría ser hija  incluso nieta del escritor español,
    por entonces ministro plenipotenciario en Washington,
  prefirió suicidarse antes que morir del mal de amores.


                ALFONSO REYES OCHOA




El escritor, pensador y diplomático mexicano Alfonso Reyes Ochoa (1889-1959) representa la otra cara del veraneante debarra. Extremadamente culto y humano, sus escritos referentes a Deba, al contrario que los de Juan Valera, denotan un cariño y una cercanía fuera de lo común para con este pueblo y sus gentes.
Nacido en 1889 en la ciudad mexicana de Monterrey, fue hijo del general Bernardo Reyes quien ocupó importantes cargos ministeriales durante la dictadura de Porfirio Díaz. Esa circunstancia en nada le ayudó cuando en 1910 se declaró la Revolución mexicana. Tres años después su padre moría acribillado en la plaza del Zócalo durante  un fallido golpe de estado para derrocar al gobierno del presidente Francisco I Madero.

 En 1914 Alfonso Reyes se exilia a España donde se vuelca de lleno a la literatura y a la investigación literaria; tan de lleno que su fama en Europa y calmados ya los vientos de la Revolución, influyen para que el gobierno Mexicano le incorpore al servicio diplomático, ocupando importantes puestos en España, Francia, Argentina y Brasil.

Alfonso Reyes Ochoa, el hombre que inmortalizó el nombre de "Deva".

Genéticamente republicano y amigo de Manuel Azaña, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Menéndez Pidal, Azorín o Neruda, en 1939 funda y dirige la Casa de España en México, institución expresamente creada para acoger a los refugiados republicanos españoles.   

Para quien lo desconozca, Alfonso Reyes, un incondicional del veraneo en Deba durante diez años - el tiempo que residió en España- está considerado como uno de los grandes padres de las letras mexicanas, siendo sin duda el escritor más prolífico de aquel país y uno de los más prolíficos de toda la geografía hispana, tanto de la europea como de la americana. Y aunque nunca fue galardonado con el Nobel de literatura, en 1949 fue propuesto por Gabriela Mistral para tan importante galardón. De él diría Jorge Luis Borges, su más ferviente admirador, que fue «el mejor prosista de lengua española en cualquier época».

Sus obra “Los siete sobre Deva: sueño de una tarde de agosto” iniciada en Deba y finalizada en Buenos Aires,  y sobre todo “Deva la del fácil recuerdo” un precioso capítulo de “Las vísperas de España”, son un reflejo del espacio que este txoko guipuzcoano ocupó en el corazón de este gran humanista. Y también son, o deben ser, motivo de orgullo y conocimiento para cualquier debarra que se precie. Leer a Alfonso Reyes es un gesto de agradecimiento para con este mexicano que llevó a Deba en sus entrañas.
“ ¡Qué fácilmente nos acordamos de Deva en nuestros inviernos de Madrid!   ¡Con qué poco esfuerzo la evocamos! ¡Con qué anhelo tan concreto, tan preciso, la prevemos y la esperamos, a medida que se acerca el estío! En nuestra mitología de las estaciones, Deva es la Perséfone, alternativamente perdida y recobrada”.
Y cuando llega a Deba, a “nuestra Deva” como él dice, se siente un debarra más. Lo mismo habla de “Veytia el viejo” (Beitia el ferroviario) que de Araquistain o de Maritxu; de los corrocones pescados por don Fidel o de las verbenas organizadas por Pepucho. Conoce la geografía local, sus caseríos, Bustiñaga o los merenderos de Iruroin o Lasao. Se encuentra tan integrado que incluso se atreve a criticar alguna de las entonces nuevas infraestructuras de la villa, como el trazado del ferrocarril : “… y hasta ese ferrocarril que tanto censuramos como un error de trazo, y que viene a ser un juguete más entre los que sacan los niños a la arena”.
Y al comenzar la fiesta, la vive con la misma emoción que los demás debarras: “ Y ved cómo se produce el milagro: un cohete, unos compases de música suenan a nuestro oído – o simplemente los recordamos- y toda Deva renace dentro de nosotros”.
Y al regresar a Madrid vuelve la añoranza:
  … “ Y al tropezar, por Alcalá o San Jerónimo, con otro veraneante de Deva, hay en nuestro saludo un signo de inteligencia tácita, de cofradía secreta. “Éste es de los nuestros, decimos”.


Mausoleo de Alfonso Reyes en la Rotonda de
 las Personas Ilustres – Ciudad de México-  donde se
 encuentran los restos de aquellas personas que
 realizaron importantes contribuciones a lo largo 
de la historia para el engrandecimiento de México.