viernes, 7 de agosto de 2015

FRAY LUCAS IRURETAGOYENA



            PROTOTEÓLOGO DE LA LIBERACIÓN
            Y GUERRILLERO REVOLUCIONARIO

   EN SIERRA CRISTAL


                     
-          Introibo ad altare Dei.
Y yo, arrodillado, respondí:
-          Ad Deum qui laetificat juventutem meam.

Mientras lo hacía, me fijaba en los dedos de los pies que sobresalían de las sandalias de aquel fraile franciscano.
Yo era el monaguillo y Lucas Iruretagoyena, “el padre Lucas”, era el oficiante de aquella misa veraniega.
Muchos años después, me enteré de que aquel franciscano a quien tantas veces ayudé a misa, había desempeñado un importante papel en la revolución que se inició el 26 de julio de 1953 con el fracasado asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba y que culminó en enero 1959 con el triunfo de los barbudos revolucionarios comandados por un joven abogado llamado Fidel Castro.

Lucas Iruretagoyena nació en Deba en abril de 1921. Fue el cuarto de los nueve hijos (seis chicas y tres chicos) fruto del matrimonio usurbildarra asentado en Deba, formado por el cantero Tomás Iruretagoyena Aguirre y su esposa, Jesusa Zubeldia Lerchundi.
De joven, Lucas estudió en los seminarios franciscanos de Arantzazu, Forua y Olite y, tras ser ordenado sacerdote, fue enviado a Cuba como misionero. Allí ejerció el apostolado y se convirtió en un cubano más, hasta el punto de participar como capellán guerrillero en la revolución que derrocó la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista Zaldivar.

Aunque ya antes del golpe de Batista en marzo 1952 la situación en Cuba era insostenible, el régimen del dictador superó con creces los límites de corrupción, explotación, miseria y terror, cosa que indudablemente sirvió para que la mayor parte del pueblo, incluidos los miembros de las Iglesias  católica y protestante volcasen sus simpatías hacia el movimiento revolucionario.

Tras el desembarco en la isla del yate Granma en diciembre de 1956 con 82 expedicionarios armados y el comienzo de la guerra en Sierra Maestra, hubo sacerdotes y religiosos que sin dudarlo se prestaron voluntariamente para engrosar las filas de la guerrilla; entre ellos se encontraban los sacerdotes Guillermo Sardiñas y Angel Rivas, el franciscano Lucas Iruretagoyena y los jesuitas Cipriano Cavero y Francisco Guzmán. El debarra lo hizo con el beneplácito de Monseñor Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba.

Otros religiosos optaron por no echarse al monte pero realizaron labores muy comprometidas y de sumo riesgo, como la ejercida por el también fraile franciscano debarra Antonio Albizu, compañero de Lucas y párroco de Manzanillo quien realizó funciones de enlace entre Fidel Castro y las guerrillas.

Todos ellos, sin saberlo, se habían convertido en precursores de una corriente social-humanista que años más tarde sería conocida como Teología de la Liberación, uno de cuyos principales postulados se basa en que la salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad de la persona.


Fotografía de Lucas Iruretagoyena con el hábito
franciscano durante su estancia en Cuba.


La vida de Lucas como guerrillero en la sierra no fue nada fácil. Encuadrado en
el frente de Sierra Cristal, comandado por Raul Castro, tuvo que sortear numerosos peligros y enfrentamientos con el enemigo, siempre en continuo movimiento a través de las frondosas montañas de la sierra. Así hasta el 1 de enero de 1959, fecha en la que oficialmente terminó la guerra y Lucas pudo volver de nuevo a San Cristóbal para reunirse con quienes habían sido sus feligreses. La revista religiosa “Unión Once”  de la que el debarra fue fundador
describía así su vuelta:

“Con el alborozo y júbilos naturales que brotan de los mejores sentimientos de un pueblo: los espontáneos, así fue recibido el Padre Lucas transformado en un “barbudo”, vistiendo el uniforme de campaña, portando espejuelos negros, gorra fidelista, llevando prendidas en la guerrera una medalla de la Virgen y una insignia del Movimiento 26 de Julio”.
En el mismo artículo se elogiaba la figura del fraile debarra “justipreciando su gesto patriótico y heroico de unirse a las fuerzas rebeldes para servir a la Revolución dándole el aporte cristiano y sacerdotal de su fe, como uno de los misioneros más connotados de Cuba, por cuya libertad supo aportar todos sus esfuerzos y exponerse a todos los peligros, lo mismo en la Sierra Cristal que en la clandestinidad desde que se inició la Revolución, salvándose milagrosamente en múltiples ocasiones de las garras de la Tiranía” .


Todavía hace unos años, los ancianos del lugar
recordaban que Lucas Iruretagoyena "lucía barba
y melena de guerrillero y ostentaba grado militar".




De la victoria al desencanto
Tras la victoria de los revolucionarios el día 1 de Enero de 1959, al inicio de la nueva etapa las relaciones entre el nuevo gobierno y la Iglesia fueron todo un alarde de concordia y buenas palabras. El primer discurso de Fidel Castro tras la victoria tuvo lugar en Santiago de Cuba la noche del 1 al 2 de enero de 1959. Por expreso deseo del hasta entonces jefe guerrillero, el arzobispo Enrique Pérez Serantes estuvo situado junto a él en el balcón del ayuntamiento de Santiago; era una forma de agradecer la labor de la iglesia en pro de la revolución.

A los pocos días Castro hacía una declaraciones a la prensa afirmando: "los católicos de Cuba han prestado su más decidida colaboración a la causa de la libertad". Y refiriéndose a la jerarquía de la Iglesia cubana lo hacía en estos términos: "Yo les digo que esta es una revolución socialista sui generis y no tienen más que fijarse en el siguiente detalle: Es la primera revolución de este tipo en todo el mundo que se inicia con el apoyo total de la Iglesia". 

Pero lo que Castro definió como una “revolución socialista sui generis” y que tan ilusionados habían apoyado religiosos como Lucas Iruretagoyena fue rápidamente derivando hacia un férreo régimen comunista en el que quedaban cercenados muchos de los derechos y libertades por los que tanto se había luchado. Sin duda alguna, en opinión de Lucas, mucha responsabilidad tuvo en ello el gobierno de Estados Unidos al imponer el bloqueo a Cuba en octubre de 1960 a raíz de las expropiaciones realizadas por el gobierno revolucionario de las propiedades de  multinacionales norteamericanas establecidas en la isla y tan vinculadas al antiguo régimen de Batista. El bloqueo sirvió para radicalizar aún más a los dirigentes cubanos quienes en 1962 autorizaron la instalación de bases de misiles nucleares soviéticos en Cuba.

Aquella nueva e inesperada situación hizo que el desencanto se apoderase de todos aquellos religiosos que había arriesgado sus vidas en pro de la dignidad de las personas y de la libertad.
El 17 de septiembre de 1961, tras ser embarcados a bordo del buque Covadonga, eran expulsados de la isla 131 sacerdotes, muchos de ellos vascos, algunos de la orden franciscana; Lucas no estaba entre ellos. Así comenzó un goteo de expulsiones que deterioró las relaciones entre iglesia y estado.



El padre Lucas, ya mayor, en el convento de Arrasate.


Lucas Iruretagoyena permaneció en Cuba hasta el año 1966. Tras su regreso a Euskal Herria residió en las comunidades franciscanas de Donostia, Arrasate y Bermeo donde llevó una vida más apacible que la que había dejado atrás. A principios de los años noventa, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, vio cumplido uno de sus grandes sueños: retornar como visitante a su añorada y amada Cuba donde tanto había trabajado, sufrido y luchado. Lo hizo portando numerosos regalos y dinero para ayudar a sus amigos. Cuenta su familia que no tuvo ningún problema al entrar en Cuba; ¡faltaba más!, se trataba del "compañero Iruretagoyena", un héroe de la Revolución.

El padre Lucas falleció en el convento de los Franciscanos de Bermeo en agosto de 2002.

Sirva este breve artículo para que el  nombre y la obra de Lucas Iruretagoyena Zubeldia, debarra singular y hombre bueno, sean conocidos y permanezcan vivos en la memoria de las jóvenes generaciones de debarras.


 

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