PROTOTEÓLOGO DE LA
LIBERACIÓN
Y GUERRILLERO REVOLUCIONARIO
EN SIERRA CRISTAL
- Introibo ad altare Dei.
Y yo, arrodillado,
respondí:
-
Ad Deum qui laetificat
juventutem meam.
Mientras lo hacía, me fijaba
en los dedos de los pies que sobresalían de las sandalias de aquel fraile
franciscano.
Yo era el monaguillo y
Lucas Iruretagoyena, “el padre Lucas”, era el oficiante de aquella misa
veraniega.
Muchos años después, me
enteré de que aquel franciscano a quien tantas veces ayudé a misa, había
desempeñado un importante papel en la revolución que se inició el 26 de julio
de 1953 con el fracasado asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba y que
culminó en enero 1959 con el triunfo de los barbudos revolucionarios comandados
por un joven abogado llamado Fidel Castro.
Lucas Iruretagoyena nació en
Deba en abril de 1921. Fue el cuarto de los nueve hijos (seis chicas y tres
chicos) fruto del matrimonio usurbildarra asentado en Deba, formado por el
cantero Tomás Iruretagoyena Aguirre y su esposa, Jesusa Zubeldia Lerchundi.
De joven, Lucas estudió en
los seminarios franciscanos de Arantzazu, Forua y Olite y, tras ser ordenado
sacerdote, fue enviado a Cuba como misionero. Allí ejerció el apostolado y se
convirtió en un cubano más, hasta el punto de participar como capellán
guerrillero en la revolución que derrocó la sangrienta dictadura de Fulgencio
Batista Zaldivar.
Aunque ya antes del golpe de
Batista en marzo 1952 la situación en Cuba era insostenible, el régimen del
dictador superó con creces los límites de corrupción, explotación, miseria y terror,
cosa que indudablemente sirvió para que la mayor parte del pueblo, incluidos
los miembros de las Iglesias católica y
protestante volcasen sus simpatías hacia el movimiento revolucionario.
Tras el desembarco en la
isla del yate Granma en diciembre de 1956 con 82 expedicionarios armados y el
comienzo de la guerra en Sierra Maestra, hubo sacerdotes y religiosos que sin
dudarlo se prestaron voluntariamente para engrosar las filas de la guerrilla;
entre ellos se encontraban los sacerdotes Guillermo Sardiñas y Angel Rivas, el
franciscano Lucas Iruretagoyena y los jesuitas Cipriano Cavero y Francisco
Guzmán. El debarra lo hizo con el beneplácito de Monseñor Pérez Serantes, arzobispo
de Santiago de Cuba.
Otros religiosos optaron por
no echarse al monte pero realizaron labores muy comprometidas y de sumo riesgo,
como la ejercida por el también fraile franciscano debarra Antonio Albizu, compañero
de Lucas y párroco de Manzanillo quien realizó funciones de enlace entre Fidel
Castro y las guerrillas.
Todos ellos, sin saberlo, se
habían convertido en precursores de una corriente social-humanista que años más
tarde sería conocida como Teología de la Liberación, uno de cuyos principales
postulados se basa en que la salvación cristiana no puede darse sin la
liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la
dignidad de la persona.
La vida de Lucas como
guerrillero en la sierra no fue nada fácil. Encuadrado en
el frente de Sierra Cristal,
comandado por Raul Castro, tuvo que sortear numerosos peligros y
enfrentamientos con el enemigo, siempre en continuo movimiento a través de las
frondosas montañas de la sierra. Así hasta el 1 de enero de 1959, fecha en la
que oficialmente terminó la guerra y Lucas pudo volver de nuevo a San Cristóbal
para reunirse con quienes habían sido sus feligreses. La revista religiosa
“Unión Once” de la que el debarra fue
fundador
describía así su vuelta:
“Con el alborozo y
júbilos naturales que brotan de los mejores sentimientos de un pueblo: los
espontáneos, así fue recibido el Padre Lucas transformado en un “barbudo”,
vistiendo el uniforme de campaña, portando espejuelos negros, gorra fidelista,
llevando prendidas en la guerrera una medalla de la Virgen y una insignia del Movimiento
26 de Julio”.
En el mismo artículo se
elogiaba la figura del fraile debarra “justipreciando su gesto patriótico y
heroico de unirse a las fuerzas rebeldes para servir a la Revolución dándole el
aporte cristiano y sacerdotal de su fe, como uno de los misioneros más
connotados de Cuba, por cuya libertad supo aportar todos sus esfuerzos y
exponerse a todos los peligros, lo mismo en la Sierra Cristal que en la
clandestinidad desde que se inició la Revolución, salvándose milagrosamente en
múltiples ocasiones de las garras de la Tiranía” .
Todavía hace unos años, los ancianos del lugar recordaban que Lucas Iruretagoyena "lucía barba y melena de guerrillero y ostentaba grado militar". |
De la victoria al
desencanto
Tras la victoria de los revolucionarios
el día 1 de Enero de 1959, al inicio de la nueva etapa las relaciones entre el
nuevo gobierno y la Iglesia fueron todo un alarde de concordia y buenas
palabras. El primer discurso de Fidel Castro tras la victoria tuvo lugar en
Santiago de Cuba la noche del 1 al 2 de enero de 1959. Por expreso deseo del
hasta entonces jefe guerrillero, el arzobispo Enrique Pérez Serantes estuvo
situado junto a él en el balcón del ayuntamiento de Santiago; era una forma de
agradecer la labor de la iglesia en pro de la revolución.
A los pocos días Castro hacía una declaraciones a la prensa afirmando: "los católicos de Cuba han prestado su más decidida colaboración a la causa de la libertad". Y refiriéndose a la jerarquía de la Iglesia cubana lo hacía en estos términos: "Yo les digo que esta es una revolución socialista sui generis y no tienen más que fijarse en el siguiente detalle: Es la primera revolución de este tipo en todo el mundo que se inicia con el apoyo total de la Iglesia".
Pero lo que Castro definió como una “revolución
socialista sui generis” y que tan ilusionados habían apoyado religiosos
como Lucas Iruretagoyena fue rápidamente derivando hacia un férreo régimen
comunista en el que quedaban cercenados muchos de los derechos y libertades por
los que tanto se había luchado. Sin duda alguna, en opinión de Lucas, mucha
responsabilidad tuvo en ello el gobierno de Estados Unidos al imponer el
bloqueo a Cuba en octubre de 1960 a raíz de las expropiaciones realizadas por
el gobierno revolucionario de las propiedades de multinacionales norteamericanas establecidas
en la isla y tan vinculadas al antiguo régimen de Batista. El bloqueo sirvió
para radicalizar aún más a los dirigentes cubanos quienes en 1962 autorizaron
la instalación de bases de misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Aquella nueva e inesperada situación
hizo que el desencanto se apoderase de todos aquellos religiosos que había
arriesgado sus vidas en pro de la dignidad de las personas y de la libertad.
El 17 de septiembre de 1961, tras
ser embarcados a bordo del buque Covadonga, eran expulsados de la isla 131
sacerdotes, muchos de ellos vascos, algunos de la orden franciscana; Lucas no
estaba entre ellos. Así comenzó un goteo de expulsiones que deterioró las
relaciones entre iglesia y estado.
Lucas Iruretagoyena permaneció en Cuba hasta el año 1966. Tras su regreso a Euskal Herria residió en las comunidades franciscanas de Donostia, Arrasate y Bermeo donde llevó una vida más apacible que la que había dejado atrás. A principios de los años noventa, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, vio cumplido uno de sus grandes sueños: retornar como visitante a su añorada y amada Cuba donde tanto había trabajado, sufrido y luchado. Lo hizo portando numerosos regalos y dinero para ayudar a sus amigos. Cuenta su familia que no tuvo ningún problema al entrar en Cuba; ¡faltaba más!, se trataba del "compañero Iruretagoyena", un héroe de la Revolución.
El padre Lucas falleció en el convento de los Franciscanos de Bermeo en agosto de 2002.
Sirva este breve artículo para que el nombre y la obra de Lucas Iruretagoyena Zubeldia, debarra singular y hombre bueno, sean conocidos y permanezcan vivos en la memoria de las jóvenes generaciones de debarras.
Sirva este breve artículo para que el nombre y la obra de Lucas Iruretagoyena Zubeldia, debarra singular y hombre bueno, sean conocidos y permanezcan vivos en la memoria de las jóvenes generaciones de debarras.
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