miércoles, 13 de marzo de 2013

ANTXOA FRESKUE

¡ CÓMO HAN CAMBIADO LOS TIEMPOS !

Hace unos días, mientras esperaba el turno en la pescadería, observé con discreción las obligadas etiquetas que clavadas en el  hielo, informaban sobre la procedencia de los pescados expuestos al público:
anchoa del Mediterraneo, verdel  y merluza de anzuelo del Cantábrico, merluza del Atlántico Sur, bacalao del Atlántico Norte..., y así, un sinfín de especies y  procedencias.
¡ Cómo han cambiado los tiempos !  pensé.

Todavía recuerdo, cuando siendo niño, oía desde casa el reclamo publicitario de aquellas pescateras de Mutriku que, tras su arribada a Deba a bordo de un autobús de la legendaria compañía "La Esperanza", recorrían las calles con su fresca mercancia al grito de "antxoa freskueeeee", un "freskue" con muchas "es" y con un tono ascendente hasta lo que diesen de sí la garganta y los pulmones.
Las recuerdo con las cajas de anchoa o lo que se terciase, sobre sus cabezas, y con una voz que para sí la quisiera más de una soprano.

En Deba teníamos pescaderías, claro está, pero las que recorrían las calles, al menos en aquella época, eran mutrikuarras. Creo recordar que una de ellas era conocida como María "Beltza".

La ilustración de J.Ignacio Treku, recrea el puerto de Deba a mediados del siglo XIX. 




Hace casi un siglo que en Deba no hay embarcaciónes ni gentes dedicadas profesionalmente a la pesca - la última fue el vaporcito pesquero de Pío Esnaola - y en Mutriku, a pesar de su indudable sabor marinero, quedan muy pocas.
¡Dónde han quedado aquellas seculares peleas a muerte y aquellos efímeros acuerdos entre los dos municipios gipuzkoanos, sobre los derechos de venta del pescado de unos y otros!

La foto de Ricardo Martín corresponde al año 1917.  En la imagen, los arrantzales del vapor lekeitiarra "Clotilde" en el
puerto de Donostia. El vapor de los hermanos Esnaola al que se hace referencia en el artículo debió ser muy parecido a éste. Todavía hoy se conserva en el primer machón del puente de Deba, la escalera de madera por la que accedian a la embarcación sus tripulantes. Foto: Guregipuzkoa. Kutxa-Fototeka. Fondo FOTO CAR. Autor Ricardo Martín .


Hace unos años, en mi época de marino mercante, navegué con un lekeitiarra a punto de la jubilación: Manu Goitia. El gran Manu, hace años fallecido, me contaba una anécdota referente al cambio de gustos y preferencias en cuanto al consumo de pescado. Manu sabía mucho de esto pues había sido arrantzale prácticamente durante toda su vida.
La anécdota se la había contado su madre siendo un niño, y a mí, como debarra, me gustó mucho pues hacía referencia a mi pueblo.

Según la madre de Manu, esposa, madre, hermana, hija, nieta y descendiente de mil y una generaciones de arrantzales, la primera población donde se pescó, vendió y consumió el sapo (rape), fue en Deba. Según el testimonio de la lekeitiarra, por aquellos tiempos todos los arrantzales de los puertos vascos se mofaban de los arrantzales debarras pues además de pescar el hoy tan apreciado y codiciado bicho marino, este llegaba a las casas de los pobres gracias a la venta pedestre y ambulante de una señora de Deba. Del precio mejor no hablar: casi de regalo.
¡Qué deshonra para un marinero vasco pescar aquel horrible e infernal animal!

¡Qué pescados tan frescos aquellos! y además en tiempos en los que solo se veían los frigoríficos - entonces los llamábamos neveras - en las películas americanas o en los anuncios de la revista Selecciones de Reader´s Digest.

Y hablando de pescados frescos, contaré algo que me sucedió hace unos años.
Había invitado a cenar en mi casa a dos amigos de Bilbao, veraneantes en Deba durante toda la vida. Hacía poco que a tres pasos de mi portal se había abierto una tienda de congelados.
Pensando en la cena y en los comensales, compré unos buenos lomos de merluza congelada que llegada la hora los preparé en salsa verde. Eran tiempos en los que la merluza fresca tenía un precio prohibitivo.

Mientras los dos bilbaínos invitados y mi esposa daban cuenta de los entrantes, yo me afanaba en la preparación de una hermosa cazuela de merluza.
Llegado el momento serví a los invitados, que con una voracidad fuera de lo normal comenzaron a engullir lo que hacía unas horas, había sido un bloque de hielo elaborado a bordo de un buque factoría en aguas del Atlántico Sur.

No hay nada más agradecido para un cocinero, que los comensales dejen bien limpio el plato y pregunten si se puede repetir.
Y eso me sucedió a mí. Solo que uno de ellos interrumpió por unos segundos la ingesta de la argentina merluza, para con un tono serio y con cara de experto gourmet decirme:
"La verdad, Alex... ¡cómo se nota que es merluza de anzuelo!, ¡Vaya diferencia! ".
Y se quedó tan tranquilo y tan a gusto, pensando que se estaba comiendo una merluza pescada en Mutriku.



                                                                              Dedicatoria:
Con todo el cariño, a mi gran amigo, experto gourmet y pelotari de pro, Joserra Castillo Arrese; el único que fue capaz de cerrar el Fontón Madrid y el bilbaíno con más "txispa" y gracia de todo el Señorío.

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