domingo, 10 de agosto de 2014

DEBA... LAS FIESTAS, EL VINO, LA ALEGRIA Y EL DESENFRENO

   DEBA... LAS FIESTAS, EL VINO,

  LA ALEGRÍA Y EL DESENFRENO


Sabido es que el vino tiene unas propiedades tan maravillosas que lo han hecho digno de aparecer en el áureo listado de los alimentos que componen la tan recomendada dieta mediterránea. Se dice que ya en el siglo V a.C. el médico griego Hipócrates utilizaba el vino para sanar los males del cuerpo y del alma recetando dosis diferentes según las características de cada persona, de qué mal se tratase o de la intensidad de cada mal.
Históricamente, desde la Edad Media, los frailes de los conventos han sido buenos productores y consumidores de vino, sidra, cerveza y licores. Siempre he pensado que la máxima que guiaba a aquellos santos varones era la de que si el mismísimo Hijo de Dios tomó al vino como símbolo de su sangre, aquello no podía ser malo. Y tenían razón, … solo que hasta cierto punto, o lo que es lo mismo, hasta cierta dosis. La historia nos demuestra que las consecuencias de su consumo pueden ser tan benéficas como nefastas.

      



Hace pocos años, una mañana, tras el encierro de los toros en las fiestas de San Roke, me di una vuelta por la playa, la ría y la alameda escapando del bullicio y de ese olor característico del post-encierro, esencia de arena y orines de novillo: buscaba el silencio.

Al pasar por la alameda vi con indignación que alguna mala bestia, sin duda movida por los efectos de la embriaguez, había talado dos preciosos árboles que yacían muertos sobre el césped. Los cortes eran limpios y quedaba claro que habían sido realizados con un hacha. Me sentí impotente y recordé que las viejas ordenanzas debarras, probablemente las más antiguas de Gipuzkoa, castigaban severamente la tala pirata de árboles con la siguiente pena: “ que pague por cada un pie de arbol tres escudos de oro” . Una pasta gansa por hacer el imbécil con nocturnidad.




No hablemos ya de las peleas producidas por los efectos del alcohol. En ese asunto, nuestros antecesores debieron ser maestros hasta el punto de que la medieval ordenanza 102 de nuestro concejo, refiriéndose a los peligrosos follones, grescas y trifulcas organizados entre el personal, ordenaba:
“ que cualquier que tirare con ballesta en la calle o por casa o en cualquier ruydo que acaeciere en villa o en arrabal, que por la primera vez le corten la mano e por la segunda vez que lo maten por ello”. Un poco “heavy”; tampoco es cuestión que pasarse.

A lo largo de la historia de Deba, podemos apreciar que las palabras “fiesta” y “escándalo” aparecen a menudo unidas, y que el nexo entre ambas palabras parece relacionarse con el consumo excesivo de vino u otra pócima alcohólica. También se intuye que el sexo y los “pecados de la carne” andan por medio, siempre ayudados por el efecto del divino zumo.

Antiguamente, tanto en las fiestas patronales de la villa como en las celebradas anualmente por las diferentes cofradías (Kopraixak), el líquido elemento alcohólico debía correr de lo lindo. Cuentan las crónicas que algunos años, en la comida de la fiesta de la Cofradía de Itziar se sacrificaron hasta diez reses entre bueyes y vacas. Está claro que para empujar todo eso hace falta mucho vino.

En 1586, un representante del Corregidor de Gipúzkoa visitaba Deba con el fin de comprobar si los hospitales y cofradías de la villa tenían la aprobación de la autoridad civil o eclesiástica. El informe pasado al señor Corregidor decía que además de la de mareantes, «hay otras dos cofradías, una en la parroquia de Iciar y otra en la de Arrona, y a estas dos acuden cada año una vez mucha gente de los pueblos circunvecinos en días que para ello tienen destinados, y a comer, danzar y a hacer, como se hacen, muchas cosas dignas de ser prohibidas y vedadas, y después de las comidas y danzas y durante ellas (a que acuden muchos tamboriles y otros instrumentos) suceden ruidos y heridas y otros escándalos».




Y hablando de escándalos, es sumamente interesante la documentación referente a un proceso celebrado en 1.632 contra un sacerdote de la parroquia de Deba llamado Don Gracián de Arriola. Según se deduce de las acusaciones, la buena conducta, al menos en cuanto a los pecados capitales de la gula (incluido el gusto por el vino) y la lujuria, no debía ser su fuerte.

Aseguraba el fiscal que estando el acusado “revestido en unas honras, pareciéndole que se alargaban demasiado, envió a su casa a por un plato grande de sopas y un cuartillo de vino, que se los tomó junto al altar”. La cosa no quedaba ahí pues, según la acusación, el beneficiado de la parroquia tenía tratos carnales con María de Mocorena, y habiendo procreado un hijo, convidó al capitán Urquiaga con toda su compañía, dándoles un gran banquete. Como no podía ser de otra forma, el fiscal se querellaba asimismo contra María de Mocorena, por sus “liviandades”.





 Todo esto no es nada comparado con lo que ocurrió la noche de un catorce de agosto de 1443, durante las fiestas de la Virgen; como quien dice, a las pocas horas de lanzarse el txupinazo.
El archivo municipal de Deba guarda un interesante documento fechado el 21 de febrero de 1444. Se trata de una sentencia a muerte dictada por Ochoa Sebastián de Olazábal, alcalde de la Hermandad de Guipúzcoa, contra Pedro de Leizaola, por el asesinato de una joven llamada Ochanda, hija de Ochanda de la Rementeria, de la casa de Zubelzu.

La sentencia da por probado que
“ vna noche vispera de Santa Maria de agosto que paso que fue a quatorse dias del mes de agosto del año que paso del señor de mill e quatrosientos e cuarenta e tres años que algunas personas pospuesto todo temor de Dios con entençion mallyuola (malévola) Ochanda su fija iasiendo en su cama salua e segura en vna cassa que es en Çubelçu que allegaran e  acudieran a ella e la ataran con cuerdas de cañamo en las manos e en la garganta de tal manera e fasta tanto que la afogaran e la mataran de muerte natural por la dicha afogacion e que non contentos de ello que quebraran vn arrca que estaba dentro de la dicha casa e furtaran e lleuaran de ella fasta cient maravedis de moneda blanca e vna cadena de plata que estimo valer doscientos maravedis de la dicha moneda ".
El caso es que requerido por tres veces, al no presentarse ante la justicia debarra el citado Pedro de Leizaola por hallarse prófugo, probados los hechos, el alcalde dicta la sentencia:


" fallo que le deuo condenar e condeno al dicho Pedro de Leyçaola a pena de muerte natural e la muerte que sea esta donde quier que lo fallaren o pudiere ser auido que los jueses e justiçias de los logares donde fuere tomado e cada vno de ellos que tomandolo a su poder le corrten la garganta con cuchillo de fierro (hierro) e asero (acero) agudo en tal manera que muera naturalmente…”. Menuda fiesta la organizada por el prófugo Leizaola.

                                        

Resumiendo. Como otras muchas cosas en la vida, y como el cuchillo destinado a rebanar la garganta del pérfido Leizaola, el vino es un arma de doble filo: puede dar la vida o puede empujar a destruirla. Puede ayudar a sanar y a la confraternización de las personas o a que estas cometan los males más perversos. Como reza el viejo dicho, a nadie hace daño el vino si se bebe con buen tino. En la moderación está el secreto de su disfrute. 
                              





No hay comentarios:

Publicar un comentario